Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 9 de octubre de 2014

A VUELTAS CON LA TUMBONA

Como ya tengo escrito, en el sillón columpio donde medito mis siestas, me surgen ideas que después no recuerdo aunque en ese momento me parecen estupendas para largar un post sobre ellas. Otra cosa es el sinsentido de las mismas.

Hoy divagaba sobre lo que uno piensa en los años jóvenes y maduros y los pensamientos que le acechan cuando comienza a vislumbrar el umbral del menos allá. Según van pasando los años, piensas en lo que vas a hacer día a día e incluso en el futuro cercano, a más largo plazo. Todo es factible o así lo ves y planificas aunque luego acabe como el cuento de la lechera. Pero para ti eso no importa, piensas y proyectas para hacer esos planes realidad. Siempre pensando a futuro y a pesar de los tropezones y caídas, no reblas.

Pero llega un día en que te paras a pensar en lo que estás haciendo y te das cuenta de que el futuro ya no existe, que solo tienes pasado y este quizá no excesivamente glorioso ni provechoso. Y quizá te da por hacer examen de conciencia repasando lo que hiciste y lo que no debiste hacer de tu vida. Aquella mujer que no supiste ganar o conservar o lo contrario, que debiste huir como un cobarde antes que aguantar como un imbécil. O los estudios que abandonaste y aquellos que no te sirvieron para nada a pesar del sacrificio que supuso para ti. Las tontadas que en su momento tú creíste eran heroicidades y que a la postre se demostraron como estupideces. En fin, repasas aquellas cosas que solo tú y tus circunstancias conocéis y que te acompañaran al crematorio. Quizá te regocijes de alguna o lamentes de la misma según la hubieres llevado a buen fin o no, pero que tal vez hoy no obrarías del mismo modo. Los asuntos del trabajo, prefieres ignorarlos. No es que no tengas cuentos y pasatas que repasar, es que no quieres revivir a ningún cabrón o tal vez te niegues a admitir que estuviste equivocado en la mayoría de las ocasiones; hasta ahí podíamos llegar, antes muerto que reconocer tus errores.

Cuando, a más a más, comienzas a pasar todos los días de la semana al sol, no solamente los lunes, y ves a gente en tu misma situación sin otra alternativa que ver las obras que se están realizando en la calle u ocupar los bancos públicos dependiendo del clima de ese día, sientes que ya estás en la lista de espera. Siempre lo estuviste, como todos, pero ahora comienzas a ser consciente de ello y que has iniciado un viaje de no retorno.