El dicho don Francisco Martínez, en servicio del rey murió en una batalla contra moros, y dejó al dicho Martín Martínez con cinco años de edad; al cual la madre, doña Juana de Peralta, crió con gran cariño, bien alimentado y atendido. Cuando vio que sabía leer y escribir lo mandó a la corte con el rey; quien le recibió bien por cuanto su padre había muerto en su servicio.
Le hacía gracia, pues se parecía
a su padre en muchas virtudes. Cuando tuvo veinte años le nombró caballero y le
dio mercedes con las que vivir. En Azagra, otro lugar de Navarra, un hombre
rico que le llamaban Garci Sanchez tenía una hija llamada Catalina, la cual
casó con el dicho Martín Martínez. Su madre, Juana de Peralta, conservó los
bienes que su marido le había dejado. El dicho Garci Sánchez dio buena dote a
Catalina, y con las rentas que el rey tenía honrada casa. El cual tuvo con esta
mujer algunos hijos e hijas, de los cuales seis fueron caballeros, y tuvieron
que abandonar el lugar por la peste.
Dos fueron a morar a Peralta, que
es villa en el reino de Navarra, pues allí tenían parientes por parte de su
abuela, doña Juana de Peralta. Otros dos hermanos participaron en la conquista
de Mora, haciendo un portillo en la muralla, por lo que pidieron al rey que les
llamasen “de Asportilla”. Por eso les llamaban Pedro Martínez de Asportilla,
etc. Los otros dos hermanos vinieron a Bueña, aldea de Teruel; al uno le decían
Martín y al otro García.
Así se disgregaron los seis
caballeros hermanos, hijos de Martín Martínez y de Catalina Sánchez, hija de
García Sánchez de Azagra. Apartados los cuatro, es decir los dos que se
quedaron en Peralta, y los que tomaron el nombre “de Asportilla”, hablaremos de
los otros dos que se llamaban Martín y García, los cuales luchando contra los
moros, tomaron el castillo de Bueña.
Alfambra, que no está muy lejos
de Bueña, era del conde don Rodrigo, hombre virtuoso y esforzado; y cerca de
allí, en Camañas, había un rey moro joven y valiente. El conde tenía una mujer
bella y ligera de cascos. Un día el conde se encontró con el rey moro y lo
persiguió un rato. Elrey moro llevaba un caballo veloz, y volviéndose al conde
le dijo:
-¿Qué te parece de este dardo?-
mostrándole el pene. El conde se hechó a reir; y así se separaron. Comiendo el
conde en su casa con su mujer; se puso a reír al recordar lo que había visto al
moro. Le dijo la condesa:
-Señor, ¿por qué os reís?-
El conde no se lo quería decir.
Tanto le insistió que se lo dijo.
La condesa, oídas las palabras del conde, se hizo la desentendida, pero
enseguida envió su secretario al rey moro diciéndole que estaba enamorada de
él, y que pensase cómo entablar relación ambos.El rey moro se puso muy contento.
Tenía un moro que sabía de hechicerías; y le dio al intermediario un grano de
narcótico, y le dijo que cuando durmiese la condesa, le pusiese el narcótico
debajo de la lengua., y que permanecería ocho días sin despertarse, que
parecería muerta.
El intermediario lo hizo tal como
le habían dicho. La condesa semejaba muerta; el conde que la veía caliente como
si estuviese durmiendo no quería enterrarla.Y así la tuvo tres días, estando
maravillados de este suceso todos que la veían. El conde decidió echarle plomo
derretido en la palma de la mano, para probar su muerte, y le fue agujereada.
La mandó enterrar en una sepultura suntuosa.Cuando fue de noche, el
intermediario la sacó de la tumba, y quitándole el narcótico, le dio de comer,
y la llevó aquella noche a Camañas al rey moro.
Cuando el rey vio a la condesa en
su poder, se puso muy contento; se hizo todo tan secreto que sólo sabían el
suceso los tres: el rey, la condesa, y el alcahuete. A los servidores de la
casa el rey les dio a entender que la habían traído de tierras lejanas, y que
había costado doce mil doblas por su gran belleza. Estuvieron así ocho meses, y
ella no se quedó embarazada, ni tampoco había estado embarazada del conde.
Aconteció que un cristiano que pedía
limosna, que había estado presente cuando le agujerearon la mano a la condesa, fue
a Camañas en tiempo de tregua con los moros a pedir. La condesa era dadivosa, y
sacó una ración de pan y se la dio al pobre, el cual vio la mano agujereada, y conociéndola
no le dijo nada. De hecho fue al conde de Alfambra, y se lo contó, el cual fue
a la sepultura y no la encontró; lo creyó, sobre todo porque cuando la enterró
estaba caliente.
El conde tomó los vestidos del pobre
y se los puso; y dijo a sus escuderos que se iba a Camañas, y que en cierto barranco
estuviesen escondidos porque si los necesitaba pudieran socorrerle. El conde a
manera de romero fue a Camañas pidiendo limosna. La condesa salió con la
limosna. El conde se le descubrió, y ella mostró alegrarse; y secretamente lo
llevó a su habitación. Con lágrimas le contó cómo había sido llevada allí
contra su voluntad, y que quería regresar con él. Le dio de comer, y estando en
esto, vino el rey. Le dijo la condesa:
-Señor, viene el rey; escondeos en
este arca. El conde se metió allí. La condesa cerró con llave. El rey entró en
la habitación, abrazó a la condesa con deseo, la echó sobre el arca y tuvieron
relaciones sexuales. Cuando terminaron el asunto, dijo la condesa bien alto:
-Señor, a quien os entregase al conde
Rodrigo, ¿qué le daríais? Respondió el rey:
-La mitad de mi reino. Dijo la
traidora:
-¡ea! miradlo, pues, en este arca.
El conde salió de mal grado. El rey
le preguntó cómo había llegado. Ella se lo contó. Dijo el rey:
-Su torpeza lo ha conducido a esto;
siempre lo tuve por hombre de poco juicio, y lo ha demostrado cuando se ha metido
aquí. Le dijo el rey al conde:
-¿por qué habéis venido aquí? Respondió:
-Por recobrar a mi mujer, que si yo
pudiera tener otra, como vosotros los moros, no habría venido por ella. Ante
sus lamentaciones, el rey se compadeció y no deseaba matarlo, y pensaba que
haría. Dijo el rey:
-Conde, si me tuvierais en vuestro
poder como os tengo yo, ¿qué me haríais?
Dijo el conde sin pensarlo:
-Os pondría inmediatamente una
cadena al cuello, un cuerno en las manos, y en un cerro alto haría una gran hoguera
donde os quemaría; y cuando fuéramos de camino os haría tocar el cuerno, mientras
yo iría en un carro, bien vestido de lujo, y mis hombres a caballo yendo de juerga
y haciendo juegos.
Le dijo el rey:
-Pues tan bien me quieres, eso mismo
vas a recibir tu.
Enseguida, sin tardanza, arrearon
el carro como mejor pudieron, donde iba el rey en gran trono, y la condesa, que
ya era mora, en otro carro con bellas doncellas y sirvientas, y los escuderos y
caballeros desarmados, portando sólo escudos de cuero. El conde, con gruesa
cadena al cuello, tocaba el cuerno tan fuerte que se oía del castillo de
Alfambra. Y como iba de pie lentamente, tocaba el cuerno aprisa, a rebato. Los
del conde que estaban escondidos, salieron bien armados y con gran energía atacaron
a los moros. Algunos huyeron a uña de caballo, pero el resto perecieron. Al rey
y a la reina los echaron a la hoguera en peña Palomera, en un cerro llamado (en
blanco).
Cuando Dios quiere, los
acontecimientos se suceden. No sabían nada de esto los que estaban en Bueña.
Los dos hermanos sobredichos, Martín y Garci Martínez, que habían salido de
Marcilla, en el reino de Navarra, atacaron con mucha gente un lugar llamado
Argente. Los moros habían sabido la noticia de su rey, y cuando fueron a peña
Palomera a ayudarle, y habían salido un trecho del lugar, los cristianos
entraron por el otro extremo, sin ser notados.
Dieron aviso a los que habían
salido, pero cuando quisieron regresar ya no pudieron entrar, pues los
cristianos habían tomado el lugar. De esta manera fue tomado Argente, y a los
pocos días Visiedo; el conde después que hubo lanzado a la hoguera al rey moro
y a su mujer, tomó los carros con las doncellas y sirvientas, y muy alegre regresó
a Alfambra. Antes de llegar al lugar, supo que los cristianos de Bueña habían
tomado Argente. Entonces el conde se puso de rodillas y dio gracias a Dios.
Dijo a todos que tuvieran gran devoción en la oración de San Agustín y en el
salmo “Confía en elSeñor”, al que le tenía gran fervor. Todos días lo rezaban
con alegría, arrodillados, pues él creía que gracias a esa oración había
obtenido la victoria. La cual es como sigue:
Dulcísimo Señor Jesucristo, Dios verdadero,
que desde el seno del Padre fuiste enviado al mundo, [para que] te dignaras desatar
los pecados, redimir afligidos, liberar a los presos, congregar a los
dispersos, volver a su patria a los peregrinos, confortar a los de corazón
dolido, sanar a los enfermos, consolar a los tristes, perdonar y confortar a
los arrepentidos. Dignate sacarme de la tribulacion y afliccion en que me hallo
y librame. Tu Señor que.......... en tanto hombre recibiste la
vida............adquiriste el paraíso con tu propia sangre y sellaste la paz
entre ángeles y hombres con Dios: tu, pues, Señor, dígnate por tu santa pasión
[concederme]la misericordia y [el perdón].
Escrito en el siglo XIII seguramente por el mismo que escribió la historia de los amantes. Aquí esta traducido. Original en aragonés de la época. Fernando López Rajadel