En mi calle, unos números
más adelante del portal donde viven mis padres, había una librería muy antigua,
fundada en 1785. En ella, los chicos del barrio durante generaciones hemos leído
y cambiado tebeos y libros. El Capitán Trueno, el Jabato, Pulgarcito… y como no, el TBO. Historias inolvidables las
que vivíamos junto a nuestros héroes o pasmándonos ante los desastres de
Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio o el hambre irredenta del pobre
Carpanta.
Cuando nos hicimos mayores y
buscamos libros con sabiduría, allí encontrábamos joyas; algunas de
incalculable valor literario unido a su antigüedad y rareza. El librero, señor
Antonio, solo las cedía a quienes eran de su confianza. Había un libro
especial: una edición del Quijote salido del taller de don Joaquín Ibarra,
coetáneo del fundador de la librería, del que ninguno de sus sucesores había
querido desprenderse.
Los años y la economía no
perdonan. Sus propietarios al jubilarse decidieron cancelar el negocio. En el
local, han instalado una tienda de todo a cien regentada por chinos, como no,
en la cual el dueño repite
constantemente: “balato, balato, todo muy balato”. No faltando el guasón
de turno que apostilla “y que solo dula un lato”. (Gracias JR).