Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

miércoles, 7 de octubre de 2015

NOSTALGIAS


UNA LÁGRIMA REBELDE

Acabado el servicio militar en Valencia, Juan miró el periódico en busca de trabajo. En el periódico Levante halló un anuncio en Benicassim y llamó por teléfono; dio unos datos y regresó a su pueblo turolense. El domingo había ido con sus padres a visitar a una tía en un pueblo cercano.

-Juan, sube que hay un señor que te busca. Era nada menos que el hermano del dueño del restaurante al que había llamado que, tras vivir una auténtica odisea buscándolo por el Puerto de Sagunto al fin lo halló. Aquella misma noche, durmió en Benicassim. Se hizo cargo de la cocina en Semana Santa y se escandalizaba, -eran otros tiempos…-, de que los clientes de forma irreverente consumieran carne sin cortarse un pelo. Hasta alguna discoteca, oficialmente cerrada, tenía la música a toda pastilla…

Un camarero, Viçent, oriundo del pueblo, gustaba rebañar la sopa de pescado aprendida de César en el Rte. París de Zaragoza. Al año siguiente, 1971, Viçent junto con su mujer, abrirían el Restaurante Les Barraques en la viña moscatelera que poseían cerca de la playa. Vicente ofreció a Juan la posibilidad de encargarse de la cocina y aceptó ¡Cuántos recuerdos y cuánto humo tragaron haciendo paellas! La chimenea, mal concebida, no tiraba y rebosaba.

Una tarde fueron a Castellón a mirar un coche de segunda mano. Volvieron con una ranchera y un Seat Coupé, CS-46357. Sin carnet, pero con coche. Con dos …… Obtuvo el carnet, a la primera, en Castellón y allí acabó su vida de cocinero.
(Enviado a un hotel de Benicassim. Para mantener los recuerdos vivos)
Contenido del correo electrónico enviado:

El premio ya lo he obtenido. Recordar aquella época y aquellas vivencias, me ha sumido en la nostalgia. Los hermanos Almeida, Enrique y en especial Germán, que hizo de detective hasta que me encontró, me recibieron de la forma que su bonhomía les señalaba. Germán sería mucho más, ofreciéndome su casa en Madrid.

Vicente era un camarero al que le encantaba la sopa de pescado que siempre regresaba del comedor en la sopera. Al año siguiente abrió las Barracas –Les Barraques- y me encargué de la cocina. En honor a la verdad, aunque yo era el jefe de cocina, quienes se encargaban de las paellas eran sus hermanos y cuñadas pero compartíamos el humo equitativamente. 250 palabras no pueden condensar ni resumir tantas vivencias y experiencias, máxime cuando un negocio, nuestro trabajo, comenzaba de cero. A Maricarmen, su mujer, le caía la barraca encima cuando comenzaba el trabajo duro a la hora de abrir el comedor, había que volar y yo, modestia aparte, insuflaba a todos un aire de “podemos con ellos” cuando el trabajo nos agobiaba. Y nunca faltaban los clientes ladillas, avispas cojoneras, madrileños of course, que a las once y media de la noche, hartos de paellas y clientes, venían a pedir una paella. Te acordabas de sus ancestros... y la hacíamos. Ruego a quien estas líneas lea que si conoce a alguna de las personas que en esa época compartió conmigo trabajo y vivencias, le transmita mi saludo y emocionado recuerdo.
Dedicado a Germán Almeida Zapirain y cuantos convivimos en aquellos ya lejanos tiempos.
La parte izquierda de la primera foto, es el paellero





Con posterioridad me entero del fallecimiento de Vicente. DEP.