Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

lunes, 26 de octubre de 2015

RETAZOS DE MI VIDA ENTRE MARMITAS

 
He aquí tres establecimientos hosteleros que reúnen varias características comunes respecto de mi persona: Trabajé de cocinero en los tres y los tres fueron inaugurados (por mí) estando trabajando en ellos por lo que, parodiando al anuncio de Balay, tienen un poquito de mí.
Del primero, Hostería del Mar, conservo buenos recuerdos de juventud. Un poco sin tres ni revés, pues éramos como la tabla que las olas mecen y trasladan según sopla el aire. La edad era maravillosa vista desde la perspectiva actual aunque en su momento tuvo todos los sinsabores, alegrías y tropiezos que hoy quizá sabríamos darles la vuelta y sacarles algún provecho. Una noche me despedí por culpa de un cocinero sobrino del jefe de cocina. Pidieron un arroz blanco y se me olvidó ponerlo en marcha; luego este pollo echaba la culpa a los demás y aquello me cabreó pues fue un servicio de cena muy rápido y aglomerado, de ahí el olvido. La calidad del jefe de cocina, Sr. Romea, disculpó todo incluido mi despido y al otro día me convenció para seguir en los fogones.
Por cierto que el colega, llamado Pepín, lo fue de correrías en Zara y fuera de ella. Un percance estuvo a punto de costarme muy caro e impedir que estas líneas sean escritas: una noche, todavía sin abrir el hotel, en esa piscina que se ve en la foto, estuve a punto de entregar la cuchara, No sabía, ni sé, nadar y me falló el suelo comenzando a subir y bajar y a gritar ¡¡qué me ahogo!!. Los colegas creyendo lo decía de coña, no me hacían ni puñetero caso. Solo Rufino intuyó que iba en serio y se lanzó al agua. Yo, que sí me sumergía donde hacía pie en el mar, salí buceando hacia el lado menos profundo y mi compañero hizo el resto. Gracias Rufino. Desde entonces, no me meto en ningún sitio, piscina o playa, sin antes observar a los demás hasta donde cubre el agua.
De Can Cortés, no recuerdo como fui a parar allí pero fue inaugurado estando trabajando en el. También tiene un poquito de mí. Era una vieja masía adaptada como restaurante y algunos trabajadores, cocineros y camareros dormíamos allí. A la noche era un suplicio entrar en la cama: las sábanas parecían mojadas. Está situado al otro lado del Tibidabo, en la carretera de la Rabassada a san Cugat y no podíamos salir a Barcelona sino era bajando a coger el tren en una estación próxima, Vallvidrera. Los cocineros que inauguraron el chiringuito, tardaron poco en marchar a un colegio, creo, y quisieron fuera con ellos a lo que me negué. Seguro que en su momento algún argumento tuve para no hacerlo. Si que tenía problemas de estómago y visité el hospital de la santa Cruz y san Pablo (entonces) donde me hicieron una radiografía. Supongo serían nervios pues no me encontraron nada preocupante. Había un camarero, bastante canijo pero muy parlanchín, que nos relató a la hora de dormir, más bien ir a la cama, sus aventuras y fantasias en el hotel donde trabajaba con una trapecista famosa en aquellos tiempos. Y como en Cataluña son muy devotos de la Escudella  barrejada, muy parecida a nuestro cocido, para mí era fiesta el día que figuraba en el menú pues me ponía las botas.
Respecto de Les Barraques, hace poco escribí un post sobre las mismas, por lo que poco más puedo añadir. Conservo una foto con el edificio al fondo en la que llevo una camiseta que me regaló el dueño del Saxo Discoteque. Yo lo trataba bien cuando venía a cenar al restaurante de los hermanos Almeida y él me correspondía dejádome entrar gratis cuando iba a pasar un rato. Nunca ligué ni una mahonesa en el local. Y como ya escribí antes, allí, ese año, acabó mi carrera como cocinero.