Al pie del milenario torreón que corona el cerro de
san Ginés, dominando cientos de kilómetros a la redonda, hay un hombre en
actitud reflexiva. Observa al gentío que en torno a la ermita del santo realiza
una procesión tras la celebración de la misa. Santo Ginesi, ora pro nobis, santa
Ágata, ora pro nobis, santa María, ora pro nobis… El sacristán desgrana uno por
uno los nombres del santoral en tanto que la feligresía le responde con la
letanía correspondiente. Le resulta familiar la figura de uno de los
porteadores de la peana pero su atención divaga de una a otra parte sin interés
en nada o nadie de los que tras el santo y el sacerdote asisten a la romería. Alguien
se le acerca y al ver la dirección de su mirada le dice: “Sabías bien que esa
estrella nunca luciría en tu firmamento ¿por qué no la olvidas?” “Tienes razón,
ese todoterreno me tiene sorbido el seso” “No me refería al Audi, capullo” “Vade
retro Satanás, traidor”. “Vale, veo tienes mal día, te reto a subir a la
antena”.
Con los años, las antenas repetidoras para la TV instaladas
en el cerro, fueron sucediéndose y creciendo en tamaño; a la primera para la
recepción en blanco y negro, la relevaron otras de mayor envergadura y
potencia. En la segunda, que dejó enana a la primera, él colaboró en horadar la
roca viva, a base de barrenos de dinamita, para hacer los cimientos. Por la
línea del tendido eléctrico, subía y bajaba con su amigo el cabrero y luego al
atardecer, visitaban a las mozas en la fuente. La samaritana que originó su sed,
nunca le ofrecería su cántaro. Pero ahora la antena instalada superaba con
creces a las anteriores. Más de ciento cincuenta metros sobre la cima del
cerro, tanto, que hasta mirarla desde el suelo mareaba. Y aceptó el reto.
Comenzaron por saltar la valla y al principio todo fue relativamente fácil;
poco a poco, las “paelleras” engarzadas al armazón del poste, dificultaban el
ascenso. Ya tocando la base del pararrayos de la antena, los dos miraron para
abajo y buscaron con la mirada a la misma mujer. “Qué deteriorada la veo”
“Puede que sí, pero eso no te va a librar de bajar de golpe Cordobés” Y de un fuerte empentón, lo arrojó al vacío
tras recordarle este poema de A. Ferrandis mientras caía.
“¡Que
ni el viento la toque!
Ni mirarla, mujer, mi varadero
Ni cantarla, porque amarga es mi voz
mas yo la canto
¡Que ni el viento la toque!
porque tiene pena de muerte el viento si
la toca.”
Ya solo, paseó su vista alrededor, deteniéndola en el
castillo que en ese momento parecía lleno de visitas a tenor de los coches
aparcados. Su imaginación, que siempre fue ácrata e indomable, lo retrotrajo a
otros tiempos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario