En aquellos primeros años escolares de la infancia, la mejor noticia que nos aportaba su llegada era las vacaciones en la escuela. En la época previa, supongo que todos los días serían iguales salvo por la temperatura. La única ocupación importante en esos primeros años de colegial eran los gorriones de cría en sus nidos y posteriormente en los árboles. Ya borregoncete, los pajareles, calinroyas, zorribalbas y cardelinas hubieron de distribuirse mi tiempo, nuestro tiempo. Los grillos en las eras y los renacuajos en el pozo La Cruz, eran víctimas de nuestras tropelías; nos meábamos en sus agujeros del suelo, sino teníamos agua a mano, obligándoles a salir de él por ahogamiento.
En cuanto consideraron que era más productivo en el campo que cazando gorriones, ¡¡a segar!! Conservo todavía cicatrices en los dedos de los cortes de corbella de aquellos años. Mi madre, al sobrino con 30 años todavía lo lleva en pañales y a mí ...... a coger rosa y al campo sin misericordia. Una vez... bueno ya lo conté. En todo caso fui afortunado pues no perdí ningún día de clase; otros apenas venían. Y los interminables días a caballo del trillo dando vueltas y vueltas sobre la parva hasta que la mies quedaba destrozada y el cereal listo para, tras separarlo de la paja, guardarlo en el granero. Siempre había algún frutal al que rapiñar la fruta. Abugos, una pera pequeñita riquísima hoy desaparecida; guindas, ácidas como ellas solas; peras, manzanas..... Un año, un niño menor que yo primo mío, de visita en el pueblo, tuvo un final inesperado y trágico tras un ataque de tétanos. Y las víboras; siempre las he temido y sigo temiendo. Algunas personas fueron mordidas por ellas.
Mi final en la vida bucólica y forzada de labranchil sin futuro llegaría de forma inesperada; relatada en otro post y que no deseo recordar de nuevo. Ello me llevó, sin preparación previa, a las cocinas de un hotel de la ciudad. Todas estas cuitas están contadas en algún relato y post diversos. Enseguida, imbuido por las aventis de otros compañeros de trabajo, me lancé a los veranos en hoteles de costa. ¡¡Qué voy a contar que no lo esté en este blog!!
Luego vendría el cambio drástico de ocupación laboral. Todavía no tengo claro porqué tomé esa determinación. Quizá una contradicción interna; la estancia tan frustrante aquel invierno en Madrid; la vida tan esclava del oficio, no sé, fueron años ofuscados que me apartaron definitivamente de los fogones. Recordando, me acaba de venir a la memoria un episodio, uno más, de mis desencuentros ¡¡Cuántas amnesias obligadas!!
Los veranos metalúrgicos, fueron diferentes. Pal pueblo porque los hoteles no eran accesibles.... salvo trabajando. Hasta que descubrimos el camping, que era algo así como querer y no poder. Pero esa frase anterior no hace justicia a la vida campera. Veranos felices dentro de un orden y estancias, casi siempre, placenteras. Para las niñas, la libertad disfrutada con sus amigas provisionales, cumplió con creces las expectativas planteadas. La vida en el camping, solo quedó aparcada cuando los años comenzaron a pesar a la hora de montar y desmontar la tienda. Las hijas ya eran mayores y si venían, era para dar faena por lo que, como decía mi abuelo, "los huéspedes, que alegría cuando vienen pero más cuando se van".
En este largo lapso de tiempo, en años, queda incluida casi toda mi vida laboral. Aquí las vacaciones se disfrutaron teniendo en cuenta la programación del trabajo en el cierre de planta de la fábrica. Unas veces comunes y otras compatibilizando su disfrute. Tampoco estaba mal tomar quince días en Julio y el resto para el pueblo. No deseo profundizar en este, amnésico, tema.
Y ahora, que no nos dan vacaciones, es un lío ya que ¿Cuándo nos vamos de vacaciones? En todo caso, el verano transcurre de forma inexorable lo disfrutes o no. Y cuando llega Septiembre, las playas se quedan desiertas y hasta el clima, parece confabularse para expulsar de la arena a los últimos irreductibles que se niegan a abandonar. Estos últimos días, se han vuelto poco favorables para los bañistas. Tiempo gris, nublado, pegajoso y húmedo, pero sin lluvias. En este año, no recuerdo cuando fue la última vez que vi llover. Solo hemos tenido suerte en un punto: el año pasado tuvimos una epidemia de mosquitos tan intolerable, que debieron emplear un avión para fumigarlos. Este año, alguno, pero sin aterrar al personal.
Y así, hemos llegado al final de Agosto. La playa cada vez me atrae menos y el sol me da miedo. Melancólicos pero deseando volver a la rutina diaria de la ciudad y con la ilusión de que pronto vuelvan a alargar los días para volver a playear. Solo nos cabe recordar la canción aquella: "el final del verano, llegó y tú partirás". Nos hemos quedado sin verano y sin amor que recordar. La chica de al lado, dijo que "NO es NO"
Ajo, agua y resina.