(Uy, qué pánico me da. Una oportunidad o una
catástrofe. Coño, claro ¿Y si son ambas cosas, una seguida de otra? Mejor lo
echo a la calle y que deje de hacer el Rappel. No puedo hipotecar mi vida
pensando si se va a realizar o no el vaticinio de este pirao. Menudo
purgatorio. Aunque he sido yo quien le ha invitado a quedarse y contarme lo que
le ocurría, no puedo pasar por gallina y pringao).
Así que dejé a Juan explayarse, qué remedio me
quedaba. Un viaje al futuro a caballo de vete a saber qué pócimas. Me dijo que
sobre mí poco podía detallar, excepto que por entonces me dedicaría a la política;
con lo depreciada y despreciada que está.
─No me jodas Juan, eso ya es mear fuera del
tiesto.
─Julio, yo no me invento nada, pero no sé más.
El viejo dijo salías en los papeles y bien acompañado, por cierto.
─Al menos te contaría dónde estaría ejerciendo
ese servicio o lo que sea.
─No mucho, pero si te lo cuento, el relato se va
al carajo.
Entre copa y cigarro comenzó a vender la piel
del oso antes de cazarlo; al parecer la conversación y el whisky habían obrado
el milagro. Para empezar, se marcharía a la capital.
─ ¿Y cómo te vas a ganar el bollo? ¿Con las
brochas o de soplagaitas?
─De lo que salga hasta que me sitúe. Aquello es
otro mundo chico. Parece que nadie curra. Todo lleno a todas horas. Los
alrededores de la plaza Mayor, me parece que la calle se llama de los
Navajeros, donde están los bares y tabernas de moda, parece un hormiguero.
─Julio -confesó apesadumbrado-, mi otro yo fantaseaba
con que formaba parte de la directiva de una sociedad de autores, secae o algo
parecido, y que le iba viento en popa. Miedo me da. Yo loco, puede, caradura,
no ¡Ah! y Rosa, se había hecho famosa –el asiento vacío era suyo-, de ahí parte
mi dedicación a la representación de artistas.
─O sea que te dedicarás a vivir del cuento, como
un gigoló.
─Hombree Julio, de macarra no; los
representantes artísticos no se dedican a esos fines.
─Ya, pero por lo que a veces viene en los
papeles, no me invento nada que no se sepa.
En resumen, nos pasó como al mencionado Sabina;
nos dieron las dos y las tres y el amanecer nos sorprendió tirados sobre los
asientos de terciopelo del reservado del bar. Ni nos enteramos.
A la mañana siguiente abría el bar otra persona.
Nada más elevar la persiana, observó que había luces dentro y un pestilente
olor a tabaco. Hostia, se dijo, aquí han entrado esta noche y se han dado un
homenaje. Con cautela fue inspeccionando el local hasta llegar a los reservados
donde encontró a la pareja de amigos durmiendo la mona en brazos de Morfeo. La
botella vacía de JB lo denunciaba.
─ ¿Pero qué coño hacéis vosotros aquí? Si se
entera don Cicuta, daos por muertos.
La pareja, con telarañas en los ojos y en la
mente, apenas acertaron a dar explicaciones.
─Éste, dijo Julio, me iba a contar el futuro y
acabamos olvidando el presente.
─Pues me parece que el futuro ya ha comenzado
para ti. ¡Estás despedido! Vociferó Don Cicuta que había aparecido tras el
camarero.
─Déjeme le explique don Ci… digo Mariano.
─ ¡Fuera!
─Esto no te lo perdonaré nunca, Juan el Loco.
¿Cómo cojones pretendes te crea lo que sucederá dentro de veinte años si no
prevés lo que me va a suceder al día siguiente? Le increpé mientras salíamos
del bar. Aunque la culpa no es tuya, sino mía por escucharte.
Acababa de conocer mi futuro inmediato de forma repentina
y el pitoniso Juan ni se había enterado. Representante de artistas… ¡si tendrá
morro el tío! ¡Hay que joderse! ¡Se habrá puesto hasta el culo de esnifar todo
lo que haya pillado y, dentro de sus viajes, se ha montado uno de ida y vuelta
en avión consigo mismo! ¿Dónde iría? Pero ¿por qué le hice caso? Debí haber
echado la persiana y a él… ¡a la puñetera calle! en vez de apiadarme como si
fuera un perro apaleado. Ahora soy yo el que se ve en la puta calle.
Joder, aquí no hay ninguna perspectiva y mucho
menos ahora. Don Cicuta me cerrará todas las puertas y alternativas. Estos
caciques lo hunden a uno en la miseria si te pillan ojeriza. Lo mejor será
emigrar, pero ¿dónde voy?
Para evitar el pitorreo general cuando los
conocidos y clientela tuvieran conocimiento de lo acontecido aquella noche, sin
dar explicaciones a nadie, cogí la maleta y de mi tierra castellana, viajé
hacia tierras sureñas. Tiempo tendría de sobra para planificar mi existencia
futura sin fábulas esotéricas.
La sicología y perspicacia adquiridas tras una
barra me ayudaron sobremanera, con el tiempo, a ir escalando peldaños en la
sociedad. Y así, en el chiringuito de la playa aprendí que, tras una buena
comilona, la sangría y el buen vivir hacían el resto; y tomaba nota.
Juan me visitaba de vez en cuando acompañado de
Rosa, la cantautora; seguían unidos sentimentalmente. Había llegado a mandamás
de aquella asociación de autores y por su mediación, conocí a Chaveli, la más
grande tonadillera, de la cual era su apoderado y ésta a su vez, amiga de Rosa.
El día que conocí a aquel señor tan campechano,
supe que ese era el tranvía que debía tomar para cumplir la profecía. En marcha
y a la carrera si fuera necesario, pues quien a buen árbol se arrima, buena
sombra le cobija. Se decían cosas de él, pero ¿a quién le importaban?
─Tranquilo Imperioso, este palomo es buena
gente.
A su vera, mejoré cuanto era posible. Me
encontraba en la cresta de la hola, nadando en el dólar. Nunca pude imaginar,
cuando decidí emigrar de mi tierra, que en las bonancibles playas marbellíes las
cosas pudieran irme tan rodadas.
─Oye excelencia, que dice Chaveli que si la
llevas al Rocío la semana que viene, tiene libre y le gustaría ir. Juan le requería
por teléfono.
─Ya sabes que siempre estoy a su disposición. (Lo
que voy a presumir llevando al pescante de mi calesa a la mayor artista de
España).
La sorpresa vendría poco tiempo después cuando a
ambos nos “hospedaron”, a pensión completa, en el mismo hotel y por idéntico motivo.
Una vez más, el oráculo había fallado estrepitosamente, no nos advirtió de las secuelas
posteriores.
Menos mal que conocíamos el futuro.
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