Hace unos días se armó un lío tremendo
en el pueblo. Después de la novena, ya de noche, alguien dejó al cura encerrado
en la iglesia. Echaron la llave por fuera y él quedó dentro. Como no podía
salir y no tenía otra forma de llamar la atención, no se le ocurrió más que
tocar las campanas a fuego. ¡Buenooo! Toda la gente corriendo por las calles
con los pozales en la mano preguntando qué era lo que ardía. A oscuras, pues
las escasas bombillas que iluminan poca luz dan. Tras los momentos de zozobra y
dado que la señal de fuego se repetía, fueron a la iglesia y hallaron a mósen
Gareta cautivo. Preso de un nerviosismo tal como si lo persiguiera Luzbel. El
mismo que en el altar mayor yace en lo más alto, en escultura, panza arriba
bajo el arcángel Gabriel que le tiene puesto un pie y la espada en el pecho.
Echando espumarajos de santa ira por la boca, el cura no cesaba de decir: ¡Al que lo ha hecho lo
excomulgo! ¡Lo excomulgo!
El alcalde dio parte a los
civiles del suceso y al otro día acudieron a indagar. Difícil papeleta para los
guardias ¿quién ha sido? Mira, como que va a venir voluntario. ¿Enemigos? Todos
y ninguno.
Últimamente han ocurrido
cosas raras en el pueblo respecto de los bienes de la iglesia. Las teclas de
marfil del órgano desaparecieron. Con este asunto ocurrió algo muy feo en el que se vieron involucrados
los guardias. Otro día, a las tantas de la noche, un vecino vio luz en la
sacristía y no se le ocurrió otra cosa que entrar a la iglesia a ver que
sucedía. El cura mósen Gareta y el Honorio el sacristán, embalando propiedades
antiguas de la iglesia. Candelabros preciosos del Altar Mayor, unas lámparas de
bronce que custodiaban la entrada al mismo en las columnas a los dos lados,
libros antiguos, y sabe dios cuantas cosas más. Iglesia de 1740 que hoy, está
vacía de todos sus tesoros. A cambio, quincalla.
Para enviarlas a la
capital, al museo diocesano. Eso contó el cura cuando se descubrió el pastel;
¡y una punta espárrago! porque lo cierto fue que todas las riquezas
desaparecieron. No importa tanto donde. Fueron esquilmadas por su guardián. Lo
mismo que las teclas del órgano. Esa ha sido la creencia general. Tiempo
después, se hizo un viaje de placer a Mallorca con un amigote........
Por ello, en el tema del
encierro, los civiles se olvidaron de el rápidamente, pues dados los
precedentes convenía apagar aquel fuego lo más rápido posible, ya que aún
seguía muy viva su actuación anterior y los comentarios y censuras no cesaban.
Sin embargo, yo tardé poco en averiguar quien había sido el causante de la
broma: el Celipe, novio de la mocica a
quien el cura no quiso dar la absolución para Semana Santa; se había vengado de
aquella afrenta. A ver si se lo llevan los demonios al estar encerrado y a
oscuras. El mozo y sus amigos, se carcajeaban al contarlo.
Ayer, fuimos de excursión al campo en
busca de los frutales que el tío Víctor tiene en El Royo. En la acequia hay
casi de todo. Perales, manzanos, ciruelos, abugos... Como vimos que el tío
Ramón estaba trabajando la viña, dimos un rodeo para evitarlo y no nos
reconociera. Estábamos comiendo abugos cuando comenzó a gritarnos:
“Legosnardaooo que t’han vistoooo”. Asustados, salimos corriendo de culo, hacia
La Arboleda. Una vez superado el primer soponcio, comenzó el pitorreo. Ninguno
de nosotros era nuestro amigo León, al que el hombre había nombrado, lo cual
nos tranquilizó. No podría decir al tío Víctor que Juanito y otros estaban
robándole las peras en El Royo.
El mangar la fruta o madurarla antes de
tiempo, ha sido una constante a lo largo de los tiempos. Si el dueño quería
probarla, debía cogerla verde pues de lo contrario, era quien menos comía de
ella. Mi señor padre me cuenta que, años
antes, tenía con otro pastor una frutería a medias. Habíanlas robado el día de
san Ginés, en los mismos frutales que nosotros, y escondido después. Y se
surtían del producto de su latrocinio. Una noche, a las once o más tarde, se
encontraba con su amigo robando cerezas o abugos en El Hontanar, cuando por la
carretera subía una persona.
Se asustaron y salieron
huyendo; luego resultó ser un hermano suyo que volvía de la mili. A él, a mi
padre, le robaron las peras del huerto del Arcillero. Las gallinas escarbando,
las sacaron en un pajucero donde los ladrones las habían ocultado. La cosa más
horrible que he comido fue un pepino que a las cinco de la tarde de un mes de
Agosto le robamos al tío Leandro del huerto. Francho y yo. Nos refugiamos
y ocultamos en los sabucares aledaños, a
comerlos. Calientes, sin sal.......... horrible experiencia. Sin embargo, hay
unos frutales que nunca me he atrevido a tocar. Con unos preciosos albaricoques
y melocotones, con mirarlos he tenido bastante. Pertenecen al tío Pepiño, el
cual es de esos personajes que, aunque nunca se han comido a nadie, dan miedo.
Con cara de bulldog inglés, a ver quien se atreve a tocar un alberge.
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