Autora: mi hija
Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.
sábado, 6 de febrero de 2016
QUIMERAS
En el
sillón del piscoanálisis y la siesta, donde más divago y menos provecho de ello
obtengo, se me ha ocurrido un descabellado proyecto a llevar a cabo de
presentarse la oportunidad. Soy consciente de su peligrosidad y de las
consecuencias que pudiera acarrearme tal desvarío.
Me imagino
en el bar hablando con un fulano del tiempo y demás vaguedades cuando de pronto
éste me pregunta por mis proyectos inmediatos. Una pregunta sin malicia ni
carga malévola en si misma; pero como las palabras las carga el diablo, lo
mismo que las escopetas, no se me ocurre una respuesta mejor que contestarle:
"Fugarme con tu mujer". Aquí se produce un silencio profundo y
embarazoso; igual que el originado al escribir ya que no sé por dónde tirar.
(Qué casualidad que el maromo haya ido a hacerme la pregunta apropiada) Me
podría responder que soy un cabrón y que me vaya a tomar por el culo; darme dos
hostias sin preaviso ni ánimo de contrición y ponerme los ojos a la funerala;
agarrarme del cuello con ánimo de hacerme la morcilla como hacía mi abuelo con
el gallo e incluso dar media vuelta y largarse sin decir ni pio. Pero ¿y yo? ¿Cuál
sería mi reacción a sus respuestas? A la primera: “hombre no te pongas así, que
solo es una broma, me ha pillado de improviso tu pregunta, venga, la siguiente
la pago yo”; aguantar el chaparrón intentando esquivar la tronada, y si
apedrea, devolver los golpes; agarrarlo por los huevos hasta que suelte y cante
el cola-cao; si se pira, andar con mucho ojo a partir de ya -eso en todo caso-
pues me habré ganado un fiel enemigo para la eternidad. Pero hay una variante
no contemplada por ninguno de los dos. Que la santa de este inocente nos haya
escuchado y me tome la palabra, diga que sí, que de acuerdo, que soy el amor de
su vida (uuyyyyyy que peligro), que cuando nos vamos, porque ya está hasta el
moño de soportar a este fantasma señorito y “que lo aguante su madre o cuanto le penaba no haberse casado con uno del pueblo” (sic).
¡¡Vaya panorama!! Toda la vida persiguiéndola y después que el julai se ha tapiñado
lo mejor del menú, -“lo mejor de tu vida me lo he llevado yo”, cantaba el
Julito Catedrales- habría de apechugar con los restos del banquete. No sé si me
interesaría; habré de meditarlo con más detenimiento porque bien mirado, más
vale malo conocido que bueno por conocer. Un estropicio en el pasillo me saca
del sopor vespertino; "¡¡Te tengo dicho que no dejes la fregona en mitad
del pasilloooo!!". ¿Y si hiciéramos cambio de pareja? ¡¡Me apunto!!
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