-Recuerdo aquella vez cuando una noche
haciendo guardia en el Pirineo, un soldado sorprendió a un guerrillero…
-Venga abuelo, que ya lo sabemos de memoria…
¿No les ha pasado a ustedes nunca que, llevados de la
emoción del momento, pierden la noción del tiempo y del espacio y cual abuelo
Cebolleta se lanzan a desgranar sus andanzas en tal o cual epopeya? Hasta es
muy posible que una vez desbocada la imaginación, mezclando churras con
merinas, hagamos un mosaico de nuestros pensamientos mezclándolo todo tal y
como en nuestra mente se viene hilvanando. Y es que, como le dije una vez a mi
jefe cuando se lamentaba porque “lo echaban” de la empresa forrado de millones
y con un fondo de pensiones para vivir de fijo en el Caribe: “sr. De la Peña,
nosotros solo tenemos historia”. Qué verdad es. Habrá quienes, la mayoría, se
estrujarán, o no, el magín y escribirán una fábula llena de poesía cuando esa
posibilidad, para ellos tan fácil de usar, resulte muy bella y llena de
fantasía pero carente de algo tan elemental como es una pizca de su pasado, de
sus alegrías o desventuras, pero suya al fin y al cabo. Es posible que piensen
que su vida ha sido anodina, sin sobresaltos ni aventuras dignas de resaltar, o
no deseen hacer partícipes a los demás de la misma; también puede que cada uno
de los días que les ha tocado vivir, haya sido una odisea por descubrir,
disfrutar o eludir. O tal vez den rienda suelta a ideales sin cumplir y
aprovechen para, como en un sueño esquivo, atraparlos en la malla de las letras
quedando prisioneros para siempre en ellas. Y aprovechando que a ustedes no he
tenido la oportunidad de importunarles con la historia que daba comienzo a esta
fábula, la incluiré en ella en recuerdo de mi señor padre.
Hallábase éste cumpliendo el servicio militar en uno de
los cuarteles de Jaca, en Huesca. Y digo en uno porque en aquellos tiempos
había varios; incluso uno de ellos estaba arrestado, el cuartel, cosa que ahora
nos resulta risible pero en aquellos años era muy sería. Fue el cuartel de la
Victoria en el cual los capitanes de artillería Galán y García se sublevaron contra la monarquía en 1930,
pagando con su vida la osadía.
Eran los años de la posguerra y los maquis estaban
activos. Su regimiento fue en descubierta por las montañas pirenaicas de
Rioseta y comarca en busca de guerrilleros. Uno de los soldados, armado con una
ametralladora, estaba por la noche haciendo guardia, emboscado, en un pajar.
Vio a un maquis y al soldado con los nervios se le cayó al suelo un peine de
balas de la ametralladora sirviendo el ruido de aviso al guerrillero dándole
tiempo a huir y poner tierra de por medio. La que le cayó al pobrecico vigía fue
suave.
Reconozco que la mayoría de las historias solo tienen
interés para quien le ha tocado vivirlas. Y no digamos estas batallas tan
añejas, -Historias de la puta mili-, las cuales solo nos han llegado por
referencias. Pero hay que tener empatía y ponernos en la piel del otro en esos
momentos.
Días después, el mismo soldado en las mismas circunstancias
tuvo un inesperado encuentro. En la oscuridad de la noche, oyó ruidos entre la
maleza y escarmentado por el episodio anterior, sin pedir santo y seña ni el
tan manido ¡alto quién va!, la lio parda y a tiros contra el lugar de donde presuponía
provenía el maquis. Dada la alarma, acudieron al lugar del tiroteo y pudieron
comprobar como el maquis había mutado en una pacífica vaca que tuvo la osadía y
la ingenuidad de pasearse por allí. La primera vez, reprimenda; la segunda,
choteo. Los militares hubieron de pagar al dueño la res “asesinada” y la carne
de ésta, acabó en parte podrida por la negligencia y cicatería de los mandos.
60 años después, recordaba nombre, apellidos y el pueblo de donde procedía el
soldado. Mi señor padre era el cabo furriel del cotarro aquel.
No participo del dicho que dice que lo principal es
participar, no ganar. Siempre se tiene la íntima esperanza de ganar, en lo que
sea que participemos. ¿Acaso alguien juega a la lotería solo para engordar el
premio a los demás? ¡Ni hablar! Aun sabiendo la dificultad de cazar al primer
premio, no hay ni un solo participante que no lo haga con la sana intención de
hacerse millonario o para tapar agujeros. Los premios o concursos literarios, excepto
para los profesionales del tema, son un entretenimiento para liberar y
ejercitar la mente ahora que la vagancia nos abruma y la indolencia nos doblega.
Liberado de la obligación del trabajo cotidiano, a veces cuando me levanto lo
primero que hago es sentarme en el sofá, a descansar. Y aunque soy consciente
de mi nulidad como escribidor de historias, será por lo anodina de mi vida y lo
escaso de mi formación, me obligo a participar para demostrarme a mí mismo que
sigo vivo, pues en peores garitas hemos hecho guardia.
Los jóvenes de hoy, al margen de sentimientos
antimilitaristas, han perdido la oportunidad de poder disfrutar en su vejez –y
antes- de las historias, chascarrillos, cuentos y pasatas que todos quienes
hemos vestido el uniforme de cualquiera de los ejércitos, acumulamos en nuestro
petate. Cierto es que no todos esos recuerdos fueron o son experiencias
agradables o graciosas. Cuando no tienes ni el recurso al pataleo, se hace duro
tragar carros y carretas, pero la juventud siempre halla el momento de
encontrarle la vuelta al sargento Arensivia de marras y dársela con queso.
Estando de guardia una noche, todos los soldados menos un
cabo y un soldado de la PA (Policía Aérea) del edificio de Jefatura en
Valencia, vestidos de uniforme y a bordo de dos coches, asaltamos Cullera. En
los bares que visitamos, alguno hizo de las suyas (mira que para quitarles una
botella de la estantería a unas titis, hace falta tener morro y que ellas no te
vean…). A la vuelta, en un campo de melones, a cargar los autos. Llegados a la
capital, en el pretil del Turia, a partir los melones y el que no estaba
maduro, al río. Vimos un coche y alguien dijo ¡la poli! y huimos cual gánsteres
de Chicago, colgados de las puertas. En sí mismo, el episodio no tiene más interés
que la rebeldía y osadía de la juventud;
no acata la disciplina y las normas se las salta sin pensar en las
consecuencias, -que para el pelo y la duración del servicio militar pudieron
haber sido funestas-.
En ese mismo edificio moraban un general y un coronel. La
señora del general tenía un loro que era un genio; hasta hablaba francés. La
mujer solía ponerlo en la ventana a tomar el aire y un día, la coronela asomó
el careto por una ventana recibiendo un silbido que no lo hubiera mejorado el
mejor especialista. Toda sulfurada acudió inmediatamente a quejarse a su marido.
La guardia en pleno arrestada mientras no salga voluntariamente el descarado
que le ha silbado a la señora del coronel. Nadie había sido, por lo tanto,
todos castigados. Hasta que un ordenanza de la casa del general deshizo el
entuerto: “Ha sido el loro de la generala”. ¡Vaya corte!
Sin duda que hay tantas anécdotas y escapadas como
soldados. En La Ciudad y los Perros de Mario Vargas Llosa, leemos los avatares
de los cadetes en una escuela de militares. No será diferente a cualquier otra
en la que los jóvenes sean los protagonistas principales, por muchos mandos que
se obstinen en aplicar a rajatabla las normas y los reglamentos; no se pueden
poner puertas al campo.
Como ahora me sobra tiempo para casi todo, suelo seguir
en sus blogs o webs a gentes que escriben muy bien; no por aprender que
aprendiz con pelo… pero da gusto contemplar la facilidad que tienen para
expresar las ideas. Yo soy mucho más modesto pero no me he podido resistir a
dejar plasmado en un blog todos esos momentos memorables que me han ocurrido a
lo largo de mi existencia. (Todos no, que algo me tengo que reservar y llevar
para el camino). Para mí son dignos de recordar antes de que un día me levante
y no reconozca a nadie. Y sobre todo para que cuando en momentos de entusiasmo
quieran revivir batallas perdidas, no haya nadie alrededor que me diga:
-Abuelo, te acuerdas de cuando aquel día…. Y yo, con la
mirada perdida y la cara inexpresiva, dé la callada por respuesta.