Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 5 de marzo de 2016

CARTA POLÍTICAMENTE INCORRECTA

Agradezco la oportunidad de escribir un aleluya a los convocantes de relatos, cuentos, poesías, novelas y otros géneros literarios.

Ustedes vosotros, convocáis esos concursos esperando que a ellos concurran la flor y nata de la literatura universal pero, salvo a los grandes certámenes literarios planetarios, -lo de grandes, por la pasta, sí esos que ya tienen amañado de antemano al ganador y que no dudan en plagiar los relatos enviados por algún mindundi-, a los pequeños o minúsculos concursos solo acudimos los posos del café de achicoria que, con más moral que un equipo de tercera que quiere ganar la Copa, enviamos nuestro microrrelato, relato, novela y demás productos de calenturas o desvelos. No contamos con que siempre están por medio los cazapremios que, a veces relacionados con los jurados, -no porque estén compinchados sino porque son compadres de universidad, editorial o viejos conocidos de otros premios-, nos dejan al resto a verlas venir, sin un minuto de gloria cual sería ganar el concurso literario de La Pobla del señor Compte, laudatorio del beber agua en botijo (aunque a mí, lo que más me jode de beber agua en botijo, es que no sé ni la que bebo ni la que dejo).

Me diréis que soy un fracasado resentido por no haber ganado nunca el Planeta o alguno de esos macro concursos ¡Quiá! Yo ya tengo cumplida mi ración de autoestima y soy consciente de mis limitaciones. Tengo los dedos en el lugar que les corresponde, donde les ha concernido toda la vida y soy consciente de que entre los miles de participantes a cualquier cosa, nunca estaría en los primeros lugares, pero como rezaba el estribillo aquel de la ONCE: “no me llames iluso porque tenga una ilusión”. Y ahora que ya tenemos confianza, os diré que hace muchos años que no compro libros, o sea que vuestras editoriales conmigo no tienen futuro. No porque no publiquéis o premiéis mis calenturas, lo cual sería señal de quiebra absoluta de vuestras empresas, sino porque esos tochos ladrilleros de algunos escritores “consagrados”, son pura garafolla sin contenido, caros, sin emoción y al final o antes, pasas las hojas sin leerlas buscando desesperadamente la última.

Por cierto que, mi santa, emplea dos de ellos, Un mundo sin fin y Olvidado rey Gudú, como peso en la máquina de sacar brillo al suelo.

Tengo un blog con más de mil entradas y a veces, hasta dudo de haber sido quien les dio vida. Participo en los concursos que no tienen premio metálico, seguro de que ahí no tendremos competencia y premiarán al menos malo del pelotón de los torpes.

Y aunque sé que no lo vais a aceptar ¿sería mucho pediros un concurso para los parias de las letras del cual estarían excluidos de antemano todos lo que hayan pisado una universidad, los cazapremios y en general todo el que sepa escribir correctamente “la savia inés no  savia que los arvoles  tenían sabia”? Os puedo asegurar que el amor que depositamos en nuestros pequeños relatos, si medirse pudiera, superaría al de esos grandes tochos que publicáis y premiáis.

Pudiera parecer que este panfleto señalara a quien con tanta benevolencia admite diatribas como esta; nada más lejos de la realidad; doy gracias anticipadas por poder participar. Tiempo ha lo dirigí, y no fue premiado por razones obvias, a un concurso en el cual pedían más o menos lo mismo que esa entidad. Y ahora aprovecho para “denunciar” la misma situación. No nos comemos un colín.

También podría dirigirla a la pareja de tráfico que nos tuvo en pleno mes de Junio, a las cuatro de la tarde, media hora dentro del coche sin dejarnos salir. Llevábamos el maletero lleno de gominolas y bombas fétidas, material sumamente peligroso y prohibido. ¡Ay Señor, señor! Y menos mal que mi copiloto era un oficial de la Armada, que trató de identificarse: ¡¡No baje la ventana!! ¡¡No abra la puerta!! ¡¡Cállese!! Ah, se me olvidaba, ocurrió porque como eran mis acompañantes de otra región, quise pasar por el pueblo para que lo vieran. En el semáforo del secadero de jamones, nada más verme, ya me “invitaron” a salir de la carretera. Si lo sé me salgo por la rotonda hacia el cementerio. ¿Qué dónde fue? No fue en México sino Calamocha, maño. Egpaña.

Por cierto que cualquiera les dice nada a estos señores. Siempre han tenido la presunción de veracidad, como diría la afortunadamente exalcaldesa de Madrid señora Botella, pero ahora, con la ley mordaza en vigor, hemos vuelto a aquello de “usté se calla”, “ese señor me ha mirado mal” y por desacato a la autoridá, te clavan una multa o te joden la vida. Estamos volviendo al pasado si es que alguna vez salimos de él.

Atentamente, un desertor del arado.