Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

viernes, 11 de marzo de 2016

¿ANDE HABRÁN IDO A PARAR?

Sigo a un buen escritor en su blog, que publica sus artículos en periódicos incluido ese panfleto que antes era referente para la mayoría, y habla de la vida de un billete con una fluidez que da maravilla. Y me ha hecho pensar en que diantres me he gastado el pastizal que he ganado a lo largo de mi vida. Para empezar, aquellas perras -alguna peseta- que le sisaba a mi padre del bolsillo de la chaqueta y que luego seguro me las gastaba en cacahuetes o una gaseosa; lo mismo que el producto de sacar medias herraduras oxidadas en el cenicero de la fragua vieja que dilapidábamos en la misma tienda del herrero que nos compraba la chatarra.
 
O aquel duro que le robé -las cosas como son- a la abuela y que en la segunda estupidez después de habérselo robado, lo hallé donde lo había escondido y lo gastamos comprando una tableta de chocolate Muñoz por el mismo precio. Si de algo me arrepiento, no es de haberlo mangado, sino de la forma tan estúpida que lo gasté. Hoy pagaría cien veces su valor por tenerlo en mi poder.
 
¿Y qué sería de aquel billete de quinientas pesetas, republicanas, que encontré en casa del tío Julio, en Rubielos? Alguien me lo robó aunque no era de curso legal; muchas veces me he preguntado que pasó con él, pues desconozco cuándo, cómo y dónde desapareció.
 
Sin ninguna duda, las mil pesetas que más ruido hicieron al salir de mi bolsillo fueron las gastadas en cohetes en las fiestas de Benicassim. Eran como puros, de cuatro salidas los llamaban y fue tal la borrachera de humo y pólvora que me embargó, que me comporté como un valenciano más fundiendo perras en ruido y humareda. No se me olvidará. No tuve incidentes, aunque uno explotó antes de hora en la mano, pero algunas gentes de aquel pueblo sufrieron en otras ocasiones anteriores graves quemaduras. Guardaban los cohetes dentro de la camisa y no es necesario imaginar mucho para saber el resultado de un accidente al prenderse algún cohete.
 
Estando en la mili, las pocas perras que tenía me las jugaba al póquer con los otros soldados de la guardia de Jefatura. Siempre perdía igual que en Canet. Qué tío más gafe en esto del juego. Tuve la gran suerte de hallar el respaldo de mis padres en los momentos críticos. Después, y gracias a mi trabajo, salimos adelante sin necesitar apoyos. Ora et labora, poco a poco llegamos hasta aquí. ¿¿Nos hemos equivocado teniendo toda la razón??
 
Solo he tenido en mi poder un billete de quinientos euros. Y para desprenderme de él, hube de ir a un banco a cambiarlo por billetes más pequeños ya que nadie lo quería ni admitía. Joder, no tengo madera de político.
 
Por último, aquellos billetes de mil pesetas que mi madre guardaba con tanto amor en el fondo del baúl, acabaron sin valor como recuerdo en mi mesita. La de cosas que podría haber comprado en su momento con ellos y acabaron en la nada, perdidos para siempre. ¡Si yo hubiera tenido alguno de ellos cuando era veinteañero.....!