Por una serie de circunstancias, ya me gustaría poder decir que ajenas a mi voluntad aunque solo en parte, el suelo de mi casa había perdido el brillo que hasta de ahora mantenía. Si entenderse consigo mismo a veces es una labor plagada de dificultades, no hay que echarle mucha imaginación al asunto para colegir que si es cosa de dos, a veces resulta altamente engorroso cuando no imposible. Sobre todo cuando malvives con alguien que tiene la lengua muy larga y la mente muy corta.
La cosa es que puestos a reparar los desaguisados perpetrados contra el suelo y que él devolvió la afrenta con creces, contacté por internet con una empresa de abrillantados de suelo para que le devolviera la vida. Me dijeron que el acristalado costaba el triple que el abrillantado pero no me ilustraron con las ventajas e inconvenientes de cada método aunque no tardé en averiguarlo.
Aproveché para pintar la habitación grande por lo que la semana precedente ya tenía el cuerpo jotero. Vinieron ayer a realizar el trabajo y yo me las prometía felices por el resultado. Nada más comenzar, vi que aquello no era lo que yo creía. Comenzaron a hacer polvo, pues echaban serrín a mansalva y la casa acabó mucho peor que si hubieran venido los albañiles. Casi ni comer nos dejan pues ellos, una pareja, decían que no paraban a comer. Fuimos de culo cambiando trastos de una habitación a otra para dejarla lo más vacía posible pero eso solo fue el comienzo de la gran cagada.
El suelo se ha quedado mal. A trozos no tiene brillo ni ostias; lleno de rayas y toooooooooooooooodo lleno de polvo. Días tardará en desaparecer; hay que lavar todas las cortinas que se han quedado impregnadas del maldito polvo; limpiar los cristales, muebles, puertas..... La madre que parió al dichoso abrillantado. Jamás lo volveré a hacer y desde aquí recomiendo a cualquier hipotético lector que si piensa alguna vez en repetir este experimento, que se lo piense, que haga un acristalado pero NUNCA, un abrillantado. Si comete ese error, lo pagará caro.