Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

martes, 19 de julio de 2016

IN MEMORIAM

Condujo su coche por las estrechas "carreteras" del Delta como un sonámbulo, sin percatarse de las sonoras pitadas que los conductores le dedicaban al cruzarse con él. Más de uno no solo le dedicó su prolongada y sonora pitada, también hizo mención a todo su árbol genealógico, incluyendo a algún hipotético viajero, cuando se vio sin remisión abocado a caer a los arrozales que bordean el camino. Parecía que al coche le marcaba la ruta un hipotético piloto automático ignorante de cuantos vehículos le venían en sentido contrario.

Como en un milagro, recaló en la playa del Trabucador sin percance alguno a pesar de los sustos y maldiciones acumulados por él en el trayecto. Dejó el auto fuera de las dunas, en terreno seguro; no quería que las ruedas hicieran el afilador en la arena cuando decidiera volver. En compañía de su perrita, contempló la interminable playa arenosa a ambos lados de su posición ¿Voy hacia la punta La Banya o hasta los Eucaliptus? Se dejó llevar por Laika y emprendieron paseo hacia La Banya.

Interminables playas de fina arena donde no se les veía el fin; la silueta de las pocas personas que  paseaban la playa, se difuminaba en la distancia. Siguiendo con su ensimismamiento precedente, no hacía caso a su perrilla la cual iba y venía y se adentraba en el agua nadando en busca de no se sabe qué, quizá invitando a su dueño a seguirla para ver si de este modo las entendederas comenzaban a perder las telarañas que lo nublaban.

Como en un sueño producido por las sirenas al intrépido Ulises, creyó ver entre las dunas y el reverbero de la luz solar sobre la arena a una mujer que le hacía señas para que se acercara. Por un instante pareció despertar de su letargo, mas fue efímero el impulso. Ya llegado al punto en el cual se prohíbe la entrada al parque natural con vehículos, él siguió impertérrito a pesar de que estaba también prohibido el acceso con perros sueltos. Bien es verdad que al animalillo que le acompañaba, ya le daba lo mismo ir suelto que atado; tras la caminata, caminaba a su lado con la boca abierta y la lengua fuera buscando la sombra que proyectaba su amo.

En un cobertizo que servía de atalaya para observar las aves silvestres del parque natural en su hábitat, creyó ver a alguien que le hacía señas invitándole a acudir a su lado. Parecía jugar al esconder, ahora me ves, ahora no. Intrigado, pero todavía con las telarañas en los ojos y el cerebelo, se acercó y ¡oh milagro!, la causante de sus desvaríos estaba allí esperándole con los brazos abiertos y en insinuante gesto. Restregose los ojos no dando crédito a lo que le mostraban. Subió los cuatro peldaños que elevaban el chiringuito de la arena y alcanzó con su mano a la persona que allí estaba. Aparentemente era de carne y hueso, pero no la reconocía.

Pero eso es imposible. Ayer quedamos en encontrarnos aquí a esta hora, se lamentó. Sin darle tiempo a reaccionar, lo abrazó y besó con ardiente pasión. Peke, ¿Cómo puedes decir que no me recuerdas? ¿Acaso has olvidado tus te amo y tu pasión? Precisamente por ese motivo estoy aquí, tu recuerdo me esclaviza y atormenta; pero esto no debe ser realidad sino un sueño ya que no te reconozco. Entonces permíteme que descorra las cortinas de tu memoria.

Bien que conocía como hacerlo; poco a poco su cuerpo y su alma se entregaron al frenesí que les imponían. ¿Recuerdas ahora? Bien sabes que sí, jamás podría olvidarlo. Al poco entregó su alma, esa que con tanto frenesí y anhelo buscaba. Entregado, comenzó a devolver recuerdos en aquella piel. Si hubiera sido posible, la habría absorbido y llevado a formar parte de sí mismo. El ritual inundó sus cuerpos donde uno parecía confundirse con el otro. La una había quedado plena y el otro exhausto pero feliz.

Un adormecimiento invadió a los amantes y cuando el paseante recobró la consciencia, halló que permanecía solo, como antes; su amante o su quimera, habían desaparecido. Descubrió, no obstante, que aquel sueño no había sido en balde, las señales le indicaban que no había estado solo. Un pequeño pañuelo le indicaba que había estado en contacto con su sueño y el perfume, era inconfundible. Voy a volverme loco, no ha podido ocurrir. He de hacer algo.

Salió del garito de observación y con la cabeza gacha se dirigió hacia el agua. Comenzó a caminar mar adentro y cuando el agua le llegaba casi al cuello, se percató de que su pekeña Laika le seguía, estaba a su altura. Ladraba pidiendo auxilio. Aquello tuvo la virtud de devolverlo a la realidad súbitamente. Con lágrimas en los ojos, atrajo hacia sí a su amada perrita pidiéndole perdón, pues su locura y evasión de la realidad, habían estado a punto de llevarla a la muerte. Laika, para salvar la vida de su amo, no dudó un momento en seguirle, intuyendo que era la única manera de hacerle regresar a la realidad.