MIS PRIMEROS RECUERDOS. Arrancan en la casa del frontón, donde mis
padres vivían a rento. Toda la vida me ha acompañado la canción “Vuela, vuela,
Palomita” que mi padre, violinista autodidacta, me cantaba en esos años. Ahora,
he podido ver y escuchar emocionado la versión original, que forma parte de la
película mejicana rodada en 1936 titulada “Ora Ponciano”. El frontón junto al
aledaño horno del pan, era el centro de reunión para chicos y grandes; los
juegos para unos, “centro social” para los otros. Cuando había bodas o
subastaban pastos para el ganado, los beneficiados invitaban al resto, en el
poyo del horno, a un cántaro de vino que con suerte iba acompañado de abadejo o
“civiles” para ayudar a que el vino entrara más fácil o viceversa.
Aunque difuso, aparte los miedos que me hacía la tía
Martina y los que mi madre me transmitía sin querer -terrores que con los años
mi subconsciente no ha logrado desterrar-, también sea la vuelta de la mili del
tío Antonio, al cual salimos a esperar a la carretera con mi madre, de lo
primero que quedó grabado en mi mente. Estuvo en Melilla, y en aquellos años,
no era una suerte precisamente. De esa época son también el accidente que tuvo
mi padre al darse un golpe en la cabeza al pasar bajo un puente cuando iba en
el tren, y que a punto estuvo de costarle algo más que una conmoción y unos
puntos de sutura. También de una pleuritis o pulmonía que agarró y de unas
bolitas de colorines como perdigones que me daba. Ese mismo año, en Diciembre,
nació una niña que si bien no significó nada para mí en ese momento, con los
años ocuparía el despertar juvenil. Y no puedo evitar recordar el día en que,
habiendo estrenado un abrigo, el inefable, omnipresente y cabrito Mateo, me
empujo y tiró sobre la rambla poniéndonos a abrigo y a mí, hechos un cristo. Mi
desconsuelo por ello, no le ha perdonado aún ese crimen.
El domingo me llevó mi padre, montado
en la bicicleta, a visitar a mis tíos y mis primos en La Sierra. (He de decir
que llamábamos así al poblado minero que a pie de mina -de hierro- existe en
las llamadas Minas de Ojos Negros). Creo me llevó a que me cortara el pelo el
tío Justo, su hermano. ¡Ayyyy! a veces corría con la maquinilla más deprisa de
lo que les daba a los dedos y me arrancaba los pelos en vez de cortarlos. Estos
peluqueros aficionados..... Y luego las cosquillas que no me dejaban parar.
-Estate quieto zagal que
sino vas a salir lleno de trasquilones.
Estos primos son mayores
que yo. Pero claro, aquí se crían como de capital. No tienen que ir al campo ni
nada de nada, solo a escuela y jugar. Esto no es como el pueblo, aquí la cosa
va por barrios. Junto a la Estación del tren, desde donde parte el mineral de
hierro hacia los Altos Hornos, están la Gerencia y las casas de Manolo que es
donde ellos viven. Pero no están juntas, sino separadas. Luego el barrio
Centro, donde tienen las Escuelas, la Iglesia y el Casino ¡y cine! Y más
cercano a la mina, el Hospital y el cuartel de los civiles, pa que no se lleven
el mineral a casa en los bolsillos los mineros. Jajajajajaja, más bien, para
zurrirles la badana si piden más salario y mejoras laborales. Lo que más llama
mi atención es como se tratan entre sí: el señor Tal y la señora Cual, no como
en el pueblo que decimos el tío Tal y la tía Cual. Son muy fisnos.
Y hablando de cortes de
pelo, el tío Miguel me peló al cero una vez y se me llenó toda la cabeza de
granos. Más que si hubiera pillado el sarampión. No tengo idea cual fue la
causa. ¿Alergia? lo más probable, pues la máquina la usaría para pelar a todo
quisqui.
In illo témpore, vino en visita
pastoral y de confirmación, que es como la llaman, el obispo de la diócesis de
Teruel-Albarracín a mi pueblo. Hicieron a la entrada un arco con yedra y
flores. Sería primavera. Desde la torre de la iglesia vigilaban para que, en
cuanto divisaran al coche, comenzar a bandear las campanas. Estuve en el
campanario pero solo de miranda. Para mí, las campanas estaban aún muy verdes y
tampoco buscaba estrellas perdidas. En la ceremonia religiosa, nos confirmaron
a todos los que por edad éramos susceptibles de recibir ese sacramento. No
recuerdo nada de ella ¿quizá la fobetada?
El maestro, nos había tenido a mí y a Quím, -llegado el caso ese sería el
orden de intervención-, aprendiendo una poesía que uno de los
dos habría de recitarle en la despedida que le harían. Pero llegado el momento,
los dos pardales no aparecían por ningún lado. A nosotros que nos importaba el
obispo. Nos habíamos ido a La Roza, encima del Arcillero, a buscar nidos de
pajarel en las estepas. Y mira que el maestro había aleccionado a ambos, por si
acaso. Pues nos fuimos los dos. Alguien supo donde encontrarnos ya que vinieron
dando grandes voces a por nosotros con la bronca consiguiente. De la mentada
poesía, solo recuerdo el final:
"Así
pues santo prelado
así
pues señor obispo,
donde
quiera que vayáis
acordaros
de estos hijos".
Hube
suerte, no fallé ni me encasquillé. Cuando acabé, me dijo que le diera un beso.
Y se lo di en la mejilla. Luego he pensado sino debí dárselo ¿en el anillo? Se
llamaba el prelado, fray León Villuendas Polo. Obispo de Teruel. Por cierto que
el maestro, nos confirmaba a diario, o casi.
Cuando acabé la edad escolar, quedé
varado en el pueblo. A veces, cuando el maestro se ausentaba, me dejaba al
cargo de los colegiales. Y no dudo en afirmar que acabábamos aquellos años con
una cultureta más extensa que la
actual. En mi caso fui atrapado de forma que no podía marchar a estudiar, no
había dinero y solo había una salida, irse con los curas o los frailes. El mío,
fue un pueblo de curas. Tampoco podía ir a trabajar a la ciudad, pues no
hubiera ganado ni pa pipas, y en la compañía minera, salida natural de los
jóvenes de la zona, no admitían a nadie. Tampoco teníamos tierra para poder
subsistir de ella. Mi padre era un jornalero del tren minero, como mis abuelos y mis tíos.
Tenían un par de mulos -uno cada uno- heredados del
abuelo y yo enmedio, criado de ambos (padre y tío). Así que labrador a la
fuerza. Sin vocación. De este modo perdí el tiempo hasta que un día, un desgraciado
un accidente puso fin -drástico- a esa vida rústica. Habían vendido los mulos
heredados, ya viejos, y comprado dos jóvenes. Uno cada uno. El de mi padre, a
pesar del poco tiempo que pasamos juntos, un excelente animal. Que me perdonó la vida.
Un día había ido con el a las Dehesillas. Le até una soga
larga para que pudiera apacentar. No sé cómo, comenzó a andar y yo quedé
trabado de un pie a la soga que estaba suelta, aún, y atada la otra punta a su
ramo o ronzal. ¡Soooooo! ¡Sooooooooo!, no paraba y me tiró al suelo. Ya me
había sacado al camino arrastrándome, y yo sin parar de pedirle que se
detuviera. ¡Soooooo! Navarro ¡Soooooo! No sé si fueron mis llamadas o el peso
de mi cuerpo que le tiraba del morro, al fin se detuvo. Temblando y llorando me
solté el pie y lo acaricie para calmarlo. Si se hubiera espantado y echado a
correr, me habría matado. Ese día, volví a nacer. Su fin, sin embargo, no
estaba lejano. Una mañana, labrando en la cerrada La Balsa, en el mismo paraje,
paré junto al ribazo a hacer de vientre. La costumbre de los mulos, en cuanto
estaban parados era ir a comer si había donde. Yo, ¡Soooooo! ¡¡¡Quietos!!! En
esto que la rueda del rusal le dio en las patas al mulo de mi tío. Comenzaron a
andar. Como iba yo a pensar lo que estaba a punto de ocurrir. A lo que quise
reaccionar, pues me pillaron con los pantalones abajo, ya no pude alcanzarlos.
El mulo tirando coces y el otro, también corría. Salieron por la portera y
enfilaron cara al pueblo por el camino y yo corriendo y llorando detrás sin
posibilidad alguna de alcanzarlos.
Justo a la entrada del pueblo, se habían parado (y menos
mal que no encontraron a nadie por el camino). Me acerqué a calmarlos y soltar
el rusal. Al andar el mulo de mi padre, observé algo raro. Cojeaba. Miré sus
patas traseras y contemplé horrorizado como una de ellas estaba seccionada por
encima del casco. Le había cortado el tendón. Los mulos, en su loca y
desenfrenada carrera, llevaban tras de sí el rusal, un apero de labranza con
una teja afilada por el desgaste que servía para voltear la tierra. Cruzaron
por encima de un montón grande de estiércol en el cual la rueda del apero se
clavó y este dio la vuelta de campana brusca hacia adelante, pillándole la pata
al mulo de mi padre y seccionándole el tendón. Y menos mal que no fue el de mi
tío....
Para mí, fue un trauma tremendo, casi amnésico pues
apenas me viene a la mente aunque lo recuerdo perfectamente. Avisaron a mi
padre, el cual creyó que el herido era yo. El mulo, tuvo que venderlo porque
quedó inútil para el trabajo. Así fue como, tras tan desgraciado accidente, finalizó
mi vida como labrador pobre. Mi madre no quería perderme, pero los hechos la
convencieron. No volvieron a comprar otro, y yo, inicié una nueva singladura.
Pobre consuelo el mío. El animal entregó su vida, para que se iniciara la mía.
Yo, tenía 16 años.
La presente nota informa que sobre la obra y/o prestación titulada "EL SURCO INACABADO", registrada el 16-oct-2011 17:40 UTC con código 1110160311256,
en el Registro de Propiedad Intelectual de Safe Creative constan inscritas las siguientes declaraciones:
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