Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

miércoles, 5 de octubre de 2016

ÚLTIMAS VOLUNTADES

Tumbado en la cheslón o el sillón columpio, qué más da, Juanito repasaba sus últimas voluntades. Es verdad que la memoria le flaqueaba cada vez con más frecuencia e intensidad pero, como todas las actitudes en las que se ha practicado a fondo y en el tiempo, al final resultaba selectiva, como la sordera. ¿Quién no conoce a un sordo de conveniencia? Es más que probable que usted, amable lector, sea uno de ellos o ellas. Que cuando les requieren sobre algo que no les interesa respondan con un "hace mucho aire ¿verdad?"

Pues más o menos ese es el caso de Juanito; cuando algo no le interesa, sopla un cierzo huracanado. Mas en este caso, no venía a cuento hacerse el sordo consigo mismo. Cienes de veces había hecho lo contrario de lo que le dictaba su conciencia e inclusive su voluntad. Y las mismas ocasiones por llevar la contraria y dar por saco, hacía o había hecho lo contrario de lo que debía. Espíritu de contradicción que no de contrición.

Todavía recordaba la campanada que significó no acudir a la ceremonia de su boda. La noche anterior se fue de juerga con sus amigotes -ten amigos para eso- y al otro día estaba camino de Fuengirola con una alemana que se había pegado a él como una lapa y viceversa. Cuando estos malos amigos vieron que el asunto se les iba de las manos, trataron de disuadirle y despegar a la teutona -y tetona, vive dios- de su lado pero fue imposible. Con una tajada encima que recordaba a la despedida de soltero en la película Airbag, todos acabaron como canta Bunbury, hasta el culo de marijuana.

La novia, los padres, los invitados y su familia en general, ante el bochorno de la no presencia de Juanito y sus amigotes, dieron parte a la guardia civil para que, ya que al menos se habían ausentado de la ceremonia, los encontraran para cantarles las cuarenta bien cantadas e incluso darle un buen repaso que no lo olvidara nunca. De ello daban fe sus espaldas, tenían memoria de elefante.

Sí, ciertamente su voluntad últimamente era muy olvidadiza. Tanto que solo encontraba adverbios para expresarla. NO le preocupaba absolutamente esa circunstancia. ¿Morro, desidia, pereza, vagancia? Quizá de todo un poco, pero sentía que su voluntad quebraba, o no, pues no iniciaba ningún movimiento tendente a realizar ese pensamiento que reconocía debía llevar a cabo. Parecíase a los camaleones que se mueven a cámara lenta. Así que para no fatigarse más, decidió dar fin a este relato, consciente de que estrujarse más el cerebelo hubiera significado tener alguna voluntad y eso, no le interesaba.