Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 8 de octubre de 2016

LITERAUTAS


Después de ocurrir un desgraciado accidente, mis padres debieron replantearse mi futuro. Ante la falta de porvenir en el pueblo, mucho antes debí haber salido a buscarme la vida; como muchos miles más en aquellos años de éxodo y diáspora hacia las ciudades.

Así que, vencidas por los hechos las últimas resistencias, mis padres encargaron a un tío suyo que ya se había instalado con sus hijos en la ciudad, la búsqueda de un empleo para mí. Y el 1º de Mayo, que entonces no era fiesta laboral, arrancó la nueva singladura de mi vida en el hotel Oriente ¡¡de pinche de cocina!!

No tengo especial memoria de aquellos días. El contraste del pueblo con la ciudad, el cual doy por hecho que se produciría, no dejó excesiva huella. Me pagaban 900 pelas al mes y pagaba 700 a los tíos por el hospedaje. Así que con 40 duros para mis gastos, había de pasar el mes.

Los trabajos habituales: encender el fogón de carbón y alimentarlo, pelar patatas, socarrar los pollos... Los cocineros se portaron bien conmigo. En especial el señor Santiago, que me buscó el siguiente trabajo cuando las cosas se pusieron feas.

No tuve tanta suerte con una ¿despensera? que había. Estaba liada con algún jefe del hotel y parece ser se creía con derecho a dominar al catetico de pueblo recién llegado. Pero yo no estuve por la labor.

Cuando alguna tarde me tocaba quedarme de guardia -no sé para qué pues no sabía freír un huevo- aprovechaba para comer y beber, sin que se notara, de lo que había a mano. Y a las botellas empezadas que guardaba la “somelier”, les daba el correspondiente tiento. Me gustaba el helado de vainilla y no me gustaba hacer los caracoles de mantequilla para los desayunos.

Por ese desacuerdo con la cantinera, y antes de que las cosas llegaran a más, el señor Santiago me buscó otro empleo y en el mes de Julio, comencé a trabajar en el Rte. París, de mucha enjundia en aquella época y hoy desaparecido. De ayudante de cocina y por ¡¡1200!! pelas al mes. Aquí, pasamos un invierno de lo más divertido, eso sí, sin un puto duro en el bolsillo.

Superado el trance de huir de la "despensera", me integré en el París. Aquí me sucedieron muchas cosas. El jefe de cocina, era un tipo que el día que venía mal follao al trabajo, pagábamos justos por pecadores. Así, a los pinches, nos quitaba la fiesta de la semana porque y cuando le daba la gana. "La semana que viene, sin fiesta". Y a ver dónde ibas a reclamar. Ajo y agua.

Del segundo, César, conservo una anécdota. Hacía la mejor tortilla de patata del mundo; pero ojo: freía la patata en la freidora donde iban a parar todos los fritos, desde calamares a la romana hasta filetes empanados. ¡¡Y la vuelta al aire, siempre!! Hoy la forma de las sartenes, no facilita esa opción. Y la sopa de pescado, en ningún sitio la superaron.

En mis años de aspirante, nunca vi un libro de recetas, excepto el de Monsieur Scoffier. Esos libros quedan muy bien encuadernados y con bellas fotografías. Cuando tras una dura jornada tienes que dejar la plancha como una patena, te quedan pocas ganas de alegrías. El recetario, lo vas adquiriendo día tras día para, al final, comerte un par de huevos fritos pringándote los dedos a tope.

Allí, había una señora que limpiaba los cacharros de la cocina. Algo obesa. Por una escalera de madera, bajábamos a la bodega. El jodido Pepín, ató la mesa de la freidora para que al subir la señora María no pudiera pasar. En vez de ella, subió echando leches Jesús Gracia y la freidora fue a cascala. Yo, que estaba al lado limpiando la plancha, recibí el aceite aún caliente en mi pie derecho. Por supuesto me quemó y una ampolla enorme levantó la piel. Una odisea y como escocía.

Me dieron la baja por accidente, pero como no tenía para comer, debí acudir todos los días a trabajar para así llenar el estómago. Casi sin poder andar, y hasta que se curó... como picaba. Cuando recibí el alta, ni una pela más me dieron los cabritos aquellos. Joder que putas las hemos pasado a veces. ¿Venganza? No hice poco que salí con vida.

La cocina, tiene mucho de fanfarria circense: un puré de patata, es Parmentier y una Vichyssoise, crema de puerros. Hasta llegué a cocinero de un general.

(Basado en cocinero antes que fraile)

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