Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

lunes, 17 de octubre de 2016

AL BORDE DEL CAMINO


(Uy, qué pánico me da. Una oportunidad o una catástrofe. Coño, claro ¿Y si son ambas cosas, una seguida de otra? Mejor lo echo a la calle y que deje de hacer el Rappel. No puedo hipotecar mi vida pensando si se va a realizar o no el vaticinio de este pirao. Menudo purgatorio. Aunque he sido yo quien le ha invitado a quedarse y contarme lo que le ocurría, no puedo pasar por gallina y pringao).

Así que dejé a Juan explayarse, qué remedio me quedaba. Un viaje al futuro a caballo de vete a saber qué pócimas. Me dijo que sobre mí poco podía detallar, excepto que por entonces me dedicaría a la política; con lo depreciada y despreciada que está.

─No me jodas Juan, eso ya es mear fuera del tiesto.

─Julio, yo no me invento nada, pero no sé más. El viejo dijo salías en los papeles y bien acompañado, por cierto. 

─Al menos te contaría dónde estaría ejerciendo ese servicio o lo que sea.

─No mucho, pero si te lo cuento, el relato se va al carajo.

Entre copa y cigarro comenzó a vender la piel del oso antes de cazarlo; al parecer la conversación y el whisky habían obrado el milagro. Para empezar, se marcharía a la capital.

─ ¿Y cómo te vas a ganar el bollo? ¿Con las brochas o de soplagaitas?

─De lo que salga hasta que me sitúe. Aquello es otro mundo chico. Parece que nadie curra. Todo lleno a todas horas. Los alrededores de la plaza Mayor, me parece que la calle se llama de los Navajeros, donde están los bares y tabernas de moda, parece un hormiguero.

─Julio -confesó apesadumbrado-, mi otro yo fantaseaba con que formaba parte de la directiva de una sociedad de autores, secae o algo parecido, y que le iba viento en popa. Miedo me da. Yo loco, puede, caradura, no ¡Ah! y Rosa, se había hecho famosa –el asiento vacío era suyo-, de ahí parte mi dedicación a la representación de artistas.

─O sea que te dedicarás a vivir del cuento, como un gigoló.

─Hombree Julio, de macarra no; los representantes artísticos no se dedican a esos fines.

─Ya, pero por lo que a veces viene en los papeles, no me invento nada que no se sepa.

En resumen, nos pasó como al mencionado Sabina; nos dieron las dos y las tres y el amanecer nos sorprendió tirados sobre los asientos de terciopelo del reservado del bar. Ni nos enteramos.

A la mañana siguiente abría el bar otra persona. Nada más elevar la persiana, observó que había luces dentro y un pestilente olor a tabaco. Hostia, se dijo, aquí han entrado esta noche y se han dado un homenaje. Con cautela fue inspeccionando el local hasta llegar a los reservados donde encontró a la pareja de amigos durmiendo la mona en brazos de Morfeo. La botella vacía de JB lo denunciaba.

─ ¿Pero qué coño hacéis vosotros aquí? Si se entera don Cicuta, daos por muertos.

La pareja, con telarañas en los ojos y en la mente, apenas acertaron a dar explicaciones.

─Éste, dijo Julio, me iba a contar el futuro y acabamos olvidando el presente.

─Pues me parece que el futuro ya ha comenzado para ti. ¡Estás despedido! Vociferó Don Cicuta que había aparecido tras el camarero.

─Déjeme le explique don Ci… digo Mariano.

─ ¡Fuera!

─Esto no te lo perdonaré nunca, Juan el Loco. ¿Cómo cojones pretendes te crea lo que sucederá dentro de veinte años si no prevés lo que me va a suceder al día siguiente? Le increpé mientras salíamos del bar. Aunque la culpa no es tuya, sino mía por escucharte.

Acababa de conocer mi futuro inmediato de forma repentina y el pitoniso Juan ni se había enterado. Representante de artistas… ¡si tendrá morro el tío! ¡Hay que joderse! ¡Se habrá puesto hasta el culo de esnifar todo lo que haya pillado y, dentro de sus viajes, se ha montado uno de ida y vuelta en avión consigo mismo! ¿Dónde iría? Pero ¿por qué le hice caso? Debí haber echado la persiana y a él… ¡a la puñetera calle! en vez de apiadarme como si fuera un perro apaleado. Ahora soy yo el que se ve en la puta calle.

Joder, aquí no hay ninguna perspectiva y mucho menos ahora. Don Cicuta me cerrará todas las puertas y alternativas. Estos caciques lo hunden a uno en la miseria si te pillan ojeriza. Lo mejor será emigrar, pero ¿dónde voy?

Para evitar el pitorreo general cuando los conocidos y clientela tuvieran conocimiento de lo acontecido aquella noche, sin dar explicaciones a nadie, cogí la maleta y de mi tierra castellana, viajé hacia tierras sureñas. Tiempo tendría de sobra para planificar mi existencia futura sin fábulas esotéricas.

La sicología y perspicacia adquiridas tras una barra me ayudaron sobremanera, con el tiempo, a ir escalando peldaños en la sociedad. Y así, en el chiringuito de la playa aprendí que, tras una buena comilona, la sangría y el buen vivir hacían el resto; y tomaba nota.

Juan me visitaba de vez en cuando acompañado de Rosa, la cantautora; seguían unidos sentimentalmente. Había llegado a mandamás de aquella asociación de autores y por su mediación, conocí a Chaveli, la más grande tonadillera, de la cual era su apoderado y ésta a su vez, amiga de Rosa. 

El día que conocí a aquel señor tan campechano, supe que ese era el tranvía que debía tomar para cumplir la profecía. En marcha y a la carrera si fuera necesario, pues quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Se decían cosas de él, pero ¿a quién le importaban?

─Tranquilo Imperioso, este palomo es buena gente.

A su vera, mejoré cuanto era posible. Me encontraba en la cresta de la hola, nadando en el dólar. Nunca pude imaginar, cuando decidí emigrar de mi tierra, que en las bonancibles playas marbellíes las cosas pudieran irme tan rodadas.

─Oye excelencia, que dice Chaveli que si la llevas al Rocío la semana que viene, tiene libre y le gustaría ir. Juan le requería por teléfono.

─Ya sabes que siempre estoy a su disposición. (Lo que voy a presumir llevando al pescante de mi calesa a la mayor artista de España).

La sorpresa vendría poco tiempo después cuando a ambos nos “hospedaron”, a pensión completa, en el mismo hotel y por idéntico motivo. Una vez más, el oráculo había fallado estrepitosamente, no nos advirtió de las secuelas posteriores.

Menos mal que conocíamos el futuro.


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