Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

martes, 18 de octubre de 2016

AL CAMINO DEL BORDE

Juan el Loco llegó al café más silencioso y más esquivo que nunca. No se empeñó en darme conversación, no me pidió que pusiera un disco de Joaquín Sabina o de Javier Ruibal, no hizo bromas pesadas a costa de ningún cliente. Entró, saludó con la mano y se escondió en la mesa del fondo. Tuve que acercarme, al cabo del rato, para preguntarle si quería tomar algo. Estaba cohibido, le costó trabajo sonreírme, pronunció mi nombre con una timidez extraña y tardó en atreverse a pedir su whisky.
Pensé que no había ido bien su viaje a Madrid. Un fracaso ese esperado y cacareado fin de semana con la cantautora que había conocido aquí en febrero; demasiada suerte para Juan, supuse al verlo tan encerrado en sí mismo. Daba pena su calamidad, sin una conversación en toda la noche, sin más equipaje que dos copas y tres escapadas solitarias a la calle para encender un cigarro.
Cuando se fueron los clientes más trasnochadores, cerré la puerta, me serví una copa y me acerqué a su mesa.
_ ¿Qué ocurre? -pregunté mientras me sentaba.
_  lo que me va a suceder en los próximos 20 años. –Respondió mirándome fijamente.
Esa salida de humor inesperado y confusa melancolía era un regreso a la normalidad. Debió leer la sorpresa en mis ojos, porque enseguida empezó a explicar que esta vez no se trataba de una de sus locuras. Me contó que había sido feliz con la cantautora, que habían quedado en repetir el próximo fin de semana, que ella lo había acompañado al aeropuerto, que lo había despedido con un beso interminable…Pero después, Juan había sacado la tarjeta de embarque, pasado los controles de seguridad, entrado en el avión y comprobado atónito que su asiento estaba ocupado.
_Era yo -me confesó-, de verdad que era yo mismo el que estaba sentado en la plaza 12A. Con 20 años más, muy canoso, viejo, elegantemente vestido y hablando con una calma misteriosa. Pero de verdad que era yo. Me di cuenta antes de que él dijera: “Hola, soy tú”. Iba a advertirle que se había equivocado de sitio, a preguntarle ¿qué asiento tiene usted? pero dejó de leer el periódico, se volvió para mirarme y me vi allí, 20 años más viejo. No hizo falta ninguna explicación.
­ Es una casualidad que hayamos coincidido en este viaje –dijo-, un
imprevisto. Siéntate aquí, el asiento 12B está vacío. No puedo
explicarte lo que ocurre, pero ya que estamos juntos, sí puedo
contarte lo que será de tu vida durante los próximos años.
Comprendí que Juan no me estaba engañando. No era una de sus bromas, hablaba con la luz de la verdad y el convencimiento.
_ ¿No te gusta lo que has sabido?, me atreví a murmurar. ¿Tal vez una desgracia?
_ Bueno –sonrió-, no está mal, no voy a ser un pintor de éxito, pero me defenderé bien como representante de artistas.
Después de un silencio prolongado me miró a los ojos.
_ No me he resistido -murmuró-, a preguntarle también por ti.
_ No me jodas, Juan –protesté-, no estoy yo para profecías, vamos a dejarlo.
Pero había caído en una trampa. Serví dos copas y me dispuse a escuchar. Empezó por tranquilizarme, me dijo que no me preocupara:
_ Lo que te va a pasar no es ni bueno ni malo, todo depende. Todo será según te lo tomes, una oportunidad o una catástrofe, así que prefiero contártelo para que la sorpresa no acabe contigo. Verás…
 
-…Julio, mi otro yo resultó ser un engreído y un tocapelotas. Fantaseaba con que formaba parte de la directiva de una sociedad de autores, secae o algo parecido, y que le iba muy, muy bien. Como sabes, aparte de la pintura, yo me dedico a tocar mal que bien algunos instrumentos, pero él decía que ya no necesitaba hacer de soplagaitas, que ya tenía en sus manos los medios necesarios para gozar de un buen pasar. Acabamos mal, pues le llamé aprovechado y truhan. No me gustó nada lo que me contó ni los derroteros por los que se había precipitado mi vida. Loco, puede, caradura, no ¡Ah! y lo mejor de todo es que esta chica con la que he estado en Madrid, se ha hecho famosa y de ahí parte mi dedicación a la representación de artistas

-O sea que te dedicarás a vivir del cuento, como un gigoló

-Hombree Julio, de macarra no; los representantes artísticos no se dedican a esos fines.

-Ya, pero por lo que a veces viene en los papeles, suelen vivir a costa de sus representados e incluso les vacían la hucha. No me invento nada que no se sepa

Así que entre copa y cigarro -estaba prohibido fumar pero ahora no había clientes- le resumió como habían sido sus andanzas en la noche madrileña acompañando a su nueva amiga.

-Aquello es otro mundo chico. Parece que nadie curra. Todo lleno a todas horas. Los alrededores de la plaza Mayor, me parece que la calle se llama de los Navajeros, donde están los bares y tabernas de moda, parece un hormiguero. Y no veas en Chicote lo que hay…

En resumen, les pasó como al mencionado Sabina; les dieron las dos y las tres y el amanecer les sorprendió tirados sobre los asientos de terciopelo del reservado del bar. Ni se enteraron

A la mañana siguiente abría el bar otra persona. Nada más elevar la persiana, observó que había luces y un pestilente olor a tabaco. Hostia, se dijo, aquí han entrado esta noche y se han dado un homenaje. Con cautela fue inspeccionando el local hasta llegar a los reservados donde encontró a la pareja de amigos durmiendo la mona en brazos de Morfeo.

-¿Pero qué coño hacéis vosotros aquí? Si se entera don Cicuta, daos por muertos.

La pareja, con telarañas en los ojos y en la mente, apenas acertaron a dar explicaciones.

-Éste, dijo Julio, me iba a contar el futuro y acabamos olvidando el presente.

-Pues me parece que el futuro ya ha comenzado para ti. ¡Estás despedido! Vociferó Don Cicuta que había aparecido tras el camarero.

-Déjeme le explique don Ci… digo Mariano.

- ¡Fuera!

-Esto no te lo perdonaré nunca, Juan el Loco. ¿Cómo cojones pretendes explicarme lo que sucederá dentro de veinte años si no prevés lo que me va a suceder al día siguiente? -le increpé mientras salíamos del bar arrastrando los pies-. Aunque la culpa no es tuya, sino mía por darte conversación.

Acababa de conocer mi futuro inmediato de forma repentina y el bandarra de Juan ni se había enterado. ¡Vaya pitoniso de habichuelas!

Julio, al que todos llamaban el Rubio, creía conocer a las personas; tras una barra de bar se aprende mucho de la gente; enseguida se conocían sus virtudes y defectos. Pero había descuidado conocerse a sí mismo.

Representante de artistas… ¡si tendrá morro el tío! ¡Mira que darle carrete a este cabra loca! ¡Hay que joderse! ¡Se habrá puesto hasta el culo de esnifar todo lo que haya pillado y, dentro de sus viajes, se ha montado uno de ida y vuelta en avión consigo mismo! Pero ¿por qué le hice caso? Debía haber echado la persiana y a él… ¡a la puñetera calle! en vez de apiadarme como si fuera un perro apaleado.

Para evitar el pitorreo general cuando los conocidos y clientela tuvieran conocimiento de lo acontecido aquella noche, Julio, sin dar explicaciones a nadie, cogió la maleta, el perro y el lorito -es un decir- y en el exprés de las ocho, viajó hacia Madrid. Tiempo tendría de sobra para planificar su existencia futura sin fábulas esotéricas.

to be continued ....some day

WITH THE INVALUABLE HELP OF MY TEACHER