Juan el
Loco llegó al café más silencioso y más esquivo que nunca. No se empeñó en darme conversación, no me pidió que
pusiera un disco de Joaquín Sabina o de Javier
Ruibal, no hizo bromas pesadas a costa de ningún
cliente. Entró, saludó con la mano y se escondió en la mesa del fondo. Tuve que
acercarme, al cabo del rato, para preguntarle si quería tomar algo. Estaba
cohibido, le costó trabajo sonreírme, pronunció mi nombre con una timidez extraña
y tardó en atreverse a pedir su whisky.
Pensé que
no había ido bien su viaje a Madrid. Un fracaso
ese esperado y cacareado fin de semana con la cantautora que había conocido
aquí en febrero; demasiada suerte para Juan,
supuse al verlo tan encerrado en sí mismo. Daba pena su calamidad, sin una conversación
en toda la noche, sin más equipaje que dos copas y tres escapadas solitarias a
la calle para encender un cigarro.
Cuando se
fueron los clientes más trasnochadores, cerré la puerta, me serví una copa y me acerqué a su mesa.
_
¿Qué ocurre? -pregunté mientras me sentaba.
_ Sé lo que me va a suceder en los próximos 20 años. –Respondió mirándome fijamente.
Esa salida
de humor inesperado y confusa melancolía era un regreso a la normalidad. Debió
leer la sorpresa en mis ojos, porque enseguida
empezó a explicar que esta vez no se trataba de una de sus locuras. Me contó
que había sido feliz con la cantautora, que habían quedado en repetir el
próximo fin de semana, que ella lo había acompañado al aeropuerto, que lo había
despedido con un beso interminable…Pero después, Juan había
sacado la tarjeta de embarque, pasado los
controles de seguridad, entrado en el avión y comprobado atónito que su asiento estaba ocupado.
_Era yo
-me confesó-, de verdad que era yo mismo el que estaba sentado en la plaza 12A.
Con 20 años más, muy canoso, viejo, elegantemente
vestido y hablando con una calma misteriosa. Pero de verdad que era yo.
Me di cuenta antes de que él dijera: “Hola, soy tú”. Iba a advertirle que se
había equivocado de sitio, a preguntarle ¿qué asiento tiene usted? pero dejó de
leer el periódico, se volvió para mirarme y me vi allí, 20 años más viejo. No hizo falta ninguna explicación.
Es una casualidad que hayamos coincidido en este
viaje –dijo-, un
imprevisto.
Siéntate aquí, el asiento 12B está vacío. No puedo
explicarte
lo que ocurre, pero ya que estamos juntos, sí puedo
contarte
lo que será de tu vida durante los próximos años.
Comprendí
que Juan no me estaba engañando. No era una de sus bromas, hablaba con la luz
de la verdad y el convencimiento.
_ ¿No te gusta
lo que has sabido?, me atreví a murmurar. ¿Tal vez una desgracia?
_ Bueno
–sonrió-, no está mal, no voy a ser un pintor de éxito, pero me defenderé bien
como representante de artistas.
Después de
un silencio prolongado me miró a los ojos.
_ No me he
resistido -murmuró-, a preguntarle también por ti.
_ No me jodas, Juan –protesté-, no estoy yo para
profecías, vamos a dejarlo.
Pero había
caído en una trampa. Serví dos copas y me dispuse a escuchar. Empezó por
tranquilizarme, me dijo que no me preocupara:
_ Lo que te va a pasar no es ni bueno ni malo,
todo depende. Todo será según te lo tomes, una oportunidad o una catástrofe, así
que prefiero contártelo para que la sorpresa no acabe contigo. Verás…
-…Julio, mi otro yo resultó ser un engreído y un
tocapelotas. Fantaseaba con que formaba parte de la directiva de una sociedad
de autores, secae o algo parecido, y que le iba muy, muy bien. Como sabes,
aparte de la pintura, yo me dedico a tocar mal que bien algunos instrumentos,
pero él decía que ya no necesitaba hacer de soplagaitas, que ya tenía en sus
manos los medios necesarios para gozar de un buen pasar. Acabamos mal, pues le
llamé aprovechado y truhan. No me gustó nada lo que me contó ni los derroteros
por los que se había precipitado mi vida. Loco, puede, caradura, no ¡Ah! y lo
mejor de todo es que esta chica con la que he estado en Madrid, se ha hecho
famosa y de ahí parte mi dedicación a la representación de artistas
-O sea que te dedicarás a vivir del cuento, como
un gigoló
-Hombree Julio, de macarra no; los
representantes artísticos no se dedican a esos fines.
-Ya, pero por lo que a veces viene en los
papeles, suelen vivir a costa de sus representados e incluso les vacían la
hucha. No me invento nada que no se sepa
Así que entre copa y cigarro -estaba prohibido
fumar pero ahora no había clientes- le resumió como habían sido sus andanzas en
la noche madrileña acompañando a su nueva amiga.
-Aquello es otro mundo chico. Parece que nadie
curra. Todo lleno a todas horas. Los alrededores de la plaza Mayor, me parece
que la calle se llama de los Navajeros, donde están los bares y tabernas de
moda, parece un hormiguero. Y no veas en Chicote lo que hay…
En resumen, les pasó como al mencionado Sabina;
les dieron las dos y las tres y el amanecer les sorprendió tirados sobre los
asientos de terciopelo del reservado del bar. Ni se enteraron
A la mañana siguiente abría el bar otra persona.
Nada más elevar la persiana, observó que había
luces y un pestilente olor a tabaco. Hostia, se
dijo, aquí han entrado esta noche y se han dado un homenaje. Con cautela fue
inspeccionando el local hasta llegar a los reservados donde encontró a la
pareja de amigos durmiendo la mona en brazos de Morfeo.
-¿Pero qué coño hacéis vosotros aquí? Si se
entera don Cicuta, daos por muertos.
La pareja, con telarañas en los ojos y en la
mente, apenas acertaron a dar explicaciones.
-Éste, dijo Julio, me iba a contar el futuro y
acabamos olvidando el presente.
-Pues me parece que el futuro ya ha comenzado
para ti. ¡Estás despedido! Vociferó Don Cicuta que
había aparecido tras el camarero.
-Déjeme le explique don Ci… digo Mariano.
- ¡Fuera!
-Esto no te lo perdonaré nunca, Juan el Loco.
¿Cómo cojones pretendes explicarme lo que sucederá dentro de veinte años si no
prevés lo que me va a suceder al día siguiente? -le increpé mientras salíamos del bar arrastrando los pies-. Aunque
la culpa no es tuya, sino mía por darte conversación.
Acababa de conocer mi futuro inmediato
de forma repentina y el bandarra de Juan ni se había enterado. ¡Vaya pitoniso
de habichuelas!
Julio, al que todos llamaban el
Rubio, creía conocer a las personas; tras una barra de bar se aprende mucho de
la gente; enseguida se conocían sus virtudes y defectos. Pero había descuidado
conocerse a sí mismo.
Representante de artistas… ¡si tendrá morro el
tío! ¡Mira que darle carrete a este cabra loca! ¡Hay que joderse! ¡Se habrá
puesto hasta el culo de esnifar todo lo que haya pillado y, dentro de sus
viajes, se ha montado uno de ida y vuelta en avión consigo mismo! Pero ¿por qué
le hice caso? Debía haber echado la persiana y a él… ¡a la puñetera calle! en
vez de apiadarme como si fuera un perro apaleado.
Para evitar el pitorreo general cuando los
conocidos y clientela tuvieran conocimiento de lo acontecido aquella noche,
Julio, sin dar explicaciones a nadie, cogió la maleta, el perro y el lorito -es un
decir- y en el exprés de las ocho, viajó hacia Madrid. Tiempo tendría de sobra
para planificar su existencia futura sin fábulas esotéricas.
to be continued ....some day
WITH THE INVALUABLE HELP OF MY TEACHER