Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 22 de octubre de 2016

EL DÍA QUE PERDÍ.... AQUELLO

Leo que el Gran Wyoming ha escrito un libro en el cual cuenta los recuerdos que todavía conserva de su niñez y juventud. Es un tipo que me cae bien, no tiene pelos en la lengua y hace gala de ello. Desde los ya lejanos días de Caiga quien Caiga, no ha cedido ni un ápice en su independencia y compromiso con la verdad sin dejarse domar por los medios para los que ha trabajado.

En la Sexta, propiedad de A3Media, ya hace tiempo que intentaron cargarse el programa El Intermedio. Pero las presiones al propietario de Planeta señor Lara y dueño capitalista de las emisoras de Tv, no dieron resultado. Los gestores de la emisora de Tv, la Sexta,  se negaron en redondo; no podían permitir que un programa de éxito que les daba audiencia y beneficio desapareciera. Tampoco defenestrar al Gran Wyoming, alma mater del mismo y posible propietario de la idea.

En el libro parece ser que cuenta como en un viaje a Amsterdam, tuvo su primera relación sexual con una mujer en vivo y en directo. Allí las mujeres se exhiben a través de grandes cristaleras, lo mismo que en las ciudades alemanes que visité. Cómo le fue, lo averiguaré pues pienso comprar el libro. Cómo me fue a mí, no necesito ningún libro para ello, todavía conservo la memoria del suceso a pesar de que nunca lo haya mencionado en ninguna entrada.

Una tarde, el inefable Pepín, me convenció para irnos de putas. En la calle el Caballo, aledaños de la Plaza del Carbón, contactó con una señora que casi sería nuestra madre por la edad o eso me pareció. En un taxi, la buena mujer -una foca más bien- nos llevó al picadero, una casa en el campo situada por la carretera de Logroño donde se nos cepilló a los dos; uno tras de otro. Episodio para olvidar, nefasto y del que no conservo ni una miaja de satisfacción.

La tía, ante mi falta de interés, no salía nada, me instó a que me hiciera una paja. Me daría de ostias hasta en el carné de identidad no por el hecho en sí, sino por el momento y la cutrez del mismo. Por ser la primera, debería haber elegido mejor y más en consonancia conmigo mismo. Pero a pesar de la rabia que pueda sentir, nunca vergüenza, ya no tiene solución. Como tantas otras cosas perpetradas por mí.

En otra ocasión, viajamos a Bilbao a ver al Real Zaragoza. Visitamos el barrio chino y los resultados fueron los mismos. Menos mal que fuimos a Santurce y comimos chipirones en su tinta, ricos, ricos. Ya éramos profesionales de la cocina, él más que yo pues había trabajado en el hotel Centenario junto a su tío, Norberto Romea, gran señor en todos los aspectos. Y además el Zaragoza ganó el partido con lo cual todo fue redondo; bueno, casi todo.

Sin duda Pepín ejerció sobre mí una influencia negativa aunque yo en ese momento no supiera percibirlo. Me ayudó a convertirme en un golfillo. No le culpo, todo lo contrario: él era un joven que se había criado en la ciudad y en una familia sin complejos. Yo necesitaba compañía y un tutor y él fue ambas cosas. Pero hace falta ser capullo: no se le ocurrió otra cosa que hacerse la fimosis por su cuenta. Sus padres debieron llevarlo al hospital para evitar que se desangrara.