Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

martes, 22 de noviembre de 2016

EL CAMINO DE SANTIAGO


¿Cómo olvidarlo? Nunca se desvanecerá de mi memoria el día en que pisé la andadura milenaria de tantos romeros camino de Santiago. Yo también perseguía unirme al Camino al atravesar tierras castellanas.

Comencé el periplo en Puente la Reina, visitando las iglesias y Hospital de Peregrinos; me llamó la atención la soledad de alguna iglesia y su sombría penumbra; no había duda de la antigüedad de sus piedras e interior. Proseguí, tras perderme, hacia Logroño. Aquí pasé fugazmente, en una lucha contra el reloj como en todo el recorrido, por los sitios más emblemáticos y vuelta al camino hacia la cuna del castellano.

El día nublado y la niebla, cuando no la lluvia, me impidieron contemplar las tierras altas de la sierra de la Demanda. Berceo y san Millán de la Cogolla, con su fantástico monasterio, me trasladaron a la edad media. Inconmensurables los recuerdos que guarda entre sus fantásticas fachadas y biblioteca. Piedras milenarias cargadas de historia. Pero había que seguir y las conchas y señales del camino marcaban la ruta. Muchas cosas me llamaron la atención: una plantación de judías verdes altísimas, y patatares encosterados como nunca había visto. Sin duda mi memoria retrocedía a sus orígenes.

En un momento del camino, apareció en la lejanía la esbelta y altísima torre de la iglesia catedral de santo Domingo de la Calzada. Una gratísima sorpresa con la que no contaba. La tumba del Santo protector de los peregrinos. Y el gallo y la gallina en su elevado gallinero. Una anécdota para el recuerdo: Oyendo el quiquiriquí del gallo, creí era una grabación reproducida por monedas. Con curiosidad, me acerqué hasta percatarme de que era en vivo y en directo. ¡Qué maravilla! Santo Domingo de la Calzada, donde la gallina cantó después de asada. Además obtuve indulgencias, pues era año jubilar o santo. Jamás lo olvidaré.

Pasando por Las Merindades, no vi la central nuclear de Garoña, pero si encontré el Camino que buscaba. El de san Balaguer, no. Descanso y reposo para el peregrino. Ya que estaba a mano, me acerqué a Cantabria, a ver el palacio de la Magdalena, otra maravilla. Las famosas montañas cántabras, verde que te quiero verde. Entraba y salía al y del País Vasco. Luego al retorno hacia la meseta, el más que famoso puerto de El Escudo. Y la cuna del Cid, Vivar.

En la ciudad de Burgos, la visita a la catedral era inexcusable. Cuánta riqueza en todos los sentidos y cuánta historia encerrada y enterrada entre sus muros. Me hice una foto, imperdonable no hacerlo, con el peregrino sentado en un banco. E infinidad de las fachadas de la catedral, tantas veces vista antes en los libros de texto.

Al Apóstol, somos viejos conocidos, lo recuerdo de mis tiempos de estudiante en El Burgo de las Naciones. Y como reza el refrán: «Arrieros somos y en el Camino nos encontraremos». Un día, cualquiera, de estos.
Berceo




Santo Domingo de la Calzada

La Magdalena

Catedral de Burgos. Ampliando la foto, en el pie, se puede ver al peregrino sentado en el banco.