La primera tienda de campaña
que compré, la instalé mientras tronaba.
Desde Alemania, donde a la
sazón me encontraba por cuestiones de trabajo, planifiqué las vacaciones; tres
semanas que me concedían de estancia en España —o dónde quisiera—.
«Campineros» atrasados en busca de aventura y por necesidad; nos
habían prestado una tienda para alojarnos cuatro personas: dos mayores y dos
niñas. Salimos de casa armados con la única referencia de un libro de campings
y el deseo de ir hacia un lugar, de playa por supuesto, lo más cercano a
nuestra ciudad de residencia. Elegimos el camping «La Corona», situado entre
Salou y Cambrils.
A la hora de la «plantá» situé el chalet —una vieja
tienda canadiense— bajo un centenario algarrobo en busca de sombra durante el
día. Aquella misma noche, una tormenta nos alivió el sueño. Mi pareja temblaba
como una campanilla y para alegrarnos más todavía la aventura, un rayo cayó a
unos cien metros de nuestra tienda. Todos estos fuegos artificiales dieron paso
a un sol espléndido al otro día. Recibimos la novedad de la estancia
estupendamente, sobre todo mis hijas que enseguida hicieron amistades hasta el
punto de tener que ir a recepción a llamarlas por megafonía para que acudieran
a la tienda. El camping tenía una considerable extensión cubierta por todo un
campamento de tiendas y caravanas llenas de excursionistas. Los recuerdos de
aquélla primera aventura quedaron grabados tan positivamente en nuestras
vivencias, que repetimos en varias ocasiones más la residencia en aquel establecimiento
campista del campo tarraconense.
Pero claro, un habitáculo de
esas características, solo valía para una necesidad puntera. Así que decidimos
viajar a Andorra a comprar una tienda nueva y más amplia. ¿Qué si había aquí?
Claro, pero creímos que allí ataban los perros con longaniza y los apedreaban
con lomo. Lo poco que pudimos ahorrar, lo perdimos en la aduana de la Seu d`Urgell.
Íbamos acompañados o acompañando a un familiar y retornábamos con dos tiendas.
Como mal menor y dado que nos pararon los aduaneros, declaramos una tienda y
ocultamos el resto. Luego nos partimos las «ganancias ». Poesía pura.
Como decía al comienzo, en
Jaca estrenamos la flamante tienda. En tanto caía la tormenta, iba clavando por
dentro los ganchos que soportaban los amarres de la lona. Dos habitaciones y
una entrada que permitía aguantar los chaparrones dentro. Nunca penetró el agua
al interior por la lona. Una cortina aislaba los dormitorios del resto. Muy acogedora
y en la cual vivimos grandes satisfacciones.
Esta sí que permitía vivir
en su interior en caso de necesidad. En Benidorm, comíamos mientras en el
exterior las esclusas del cielo dejaban caer un pequeño diluvio. Quienes
creyeron haber «aparcado» en óptimo lugar, acabaron con agua hasta la rodilla.
Hubo más ocasiones en las
que sucedieron esas circunstancias. Hasta tener que sentarme en una silla por
inundación del suelo. Pero eso sí, en lo posible siempre instalé la tienda en
lugar que no remansara, circulara o recogiera el agua. Muchos vieron sus
maletas navegar por libre. El agua a los campistas agrada tanto como a los
borrachos.
Hasta que el cuerpo aguantó,
veraneábamos en camping. Mientras mis hijas por su edad nos acompañaron,
pasamos vacaciones inolvidables. Una vez crecieron, más faena. Llegó un momento
en el cual hubo que partir el espacio y el tiempo. Cada uno por su lado. Daban
excesivo trabajo y no colaboraban.
Peñíscola, en los últimos
años, nos acogió en sus diferentes campings. Si hay un lugar del cual sigo
enamorado, éste ocuparía lugar preferente. La conocí en blanco y negro y hoy
ocupa hasta la marisma. El espacio vacío entre ella y Benicarló, ha
desaparecido.
Habrá personas a las que
hablar de camping les producirá urticaria. Nada más lejos de la realidad. Vivir
al aire libre, bajo las estrellas, concede una libertad y unas sensaciones
dignas de perdurar y retener. Hace salir al poeta agazapado en el interior
contemplando la luna sin tapujos; incapaz de hilvanar un verso para loarla, mas
con el sentimiento del recuerdo inundando todas las neuronas del cerebro.
No hace falta fabricar
historias esotéricas y rebuscadas. Mirando dentro de uno mismo, existen muchas
dignas de volver a revivirlas.
Y no hay que pasar la mopa.
Enviado a Literautas.
PD.- Este escrito se ha confeccionado sin usar el verbo ser en ninguna de sus conjugaciones. Si encuentras alguna ¿me lo dices?