Desde que mi ratón vio en
el ordenata la peli Ratatouille, me temo que pirata, anda empeñado en emular
las andanzas del protagonista sin darse cuenta de las dificultades inherentes a
participar en actividades plagadas de humanos dispuestos a hacerse con un
premio y por supuesto, inteligentes y sobradamente preparados.
Eso le digo yo, mas él,
inasequible al desaliento, no se da por vencido y tiene más moral que el equipo
aquel que perdiendo por mucho, pedía prórroga para ganar el partido. Como sus
patitas son cortas, al desplazarse por el teclado causaría una verdadera sopa
de letras indescifrable e ininteligible y es por eso que me emplea, al estilo
de los escritores consagrados o con pretensiones de serlo, como conejillo de
indias y negro. Repasamos juntos los relatos ganadores de algunos premios para
saber a qué atenernos, mas como la ignorancia es muy atrevida, no nos gustan
demasiado; aunque no todos, que conste, pues luego hay malpensados que alegan
lo hacemos resabiados. Hemos llegado a una conclusión: si los gustos de algunos
escritores, hasta los consagrados ¿eh?, van en la dirección de los relatos
premiados, ahora nos explicamos porque en casa no hay ningún libro de ellos en
nuestra mini biblioteca.
Leer nos gusta mucho, bueno a el bastante más
que a mí, todo sea dicho en honor a la verdad. Tenemos interés en conocer
tierras, aventuras, pareceres y conocimientos de otras personas a través de sus
libros y relatos y la verdad, los hay de todos los colores. Divertidos, interesantes,
emocionantes, plastas….y culteranos, que solo sirven para satisfacer el ego
personal del autor. Como dijo el torero, “hay gente pa tó”. O como más
recientemente dijo un escritor español, Vázquez Figueroa, prolífico por cierto
pero que por su particular idiosincrasia, nunca le darán el premio Nobel: «no se trata de escribir un tocho de mil
páginas que cuando lo terminas de leer te preguntas si para decir eso era
necesario meter tantas cosas inocuas»; con cuyo criterio estamos plenamente
de acuerdo. Y de esos libros, de escritores “consagrados”, también alguno ha
llegado a nuestras manos (sin terminar de leer), pasas las hojas y acabas
buscando desesperadamente el final. La colmena y los picotazos de las abejas,
no nos gustan nada; y en casa, mi santa, utiliza Un mundo sin fin y Olvidado
rey Gudú para sacar brillo al suelo. En nuestro lenguaje primitivo y miaja
paleto, los denominamos “llenos de garafolla”.
No por ser conocido
resulta más certero
el juicio del autor
que expone sus razones,
pues la verdad derecha no admite condiciones,
la diga Agamenón, la diga su porquero.
Es tanta la devoción que
siente por los sonetos, que hasta se le ocurrió escribir uno que por vergüenza
no transcribiré, pues tomó al de Lope de Vega para plagiarlo sin pudor ni remordimientos.
Mira que se lo tengo dicho: tu dedícate a lo tuyo que dios nos ha dado a cada
uno una virtud y muchos defectos con los que cumplir. El juntar letras no es lo
tuyo, y si bien Ratatouille era experto en muchas cosas, el queso entre ellas,
entre nuestras virtudes no anidan ni la literatura ni la gastronomía.
Y sobrados ejemplos
tienes: ninguno de tus escritos han merecido el más mínimo reconocimiento o
elogio; el premio que te dieron en la SER por Navidad del año pasado fue solo flor
de un día, por incomparecencia de adversarios. Te recomiendo hagas como el
maestro Miguel Delibes; tras ganar el Nadal se creyó el rey del mambo y
escribió otro libro, pedante, culterano e hiperbólico del cual él mismo renegaba,
llegando a la conclusión de que debía escribir como hablaba, sin palabros
rebuscados y con significados ocultos. Que la gente, si llega a leerte, no haya
de tener a mano el diccionario de doña Maria Moliner o el de la RAE. Si tienes
que mandar a alguien a cascala, hazlo, y no emplees el eufemismo de testa
coronada, para llamarle cornudo. Solo procura no estar a su alcance y te ensarte.
Es una pena que no
tengamos un disco duro externo al cual conectar nuestro cerebro cuando
navegamos por el espacio etéreo e incontrolado de la mente. Se podrían escribir
cientos de post y hasta algún libro. De forma analfaburra, pero libro al fin y
al cabo ¿No hay premios Nobel que plagian obras ajenas y otros que da cagalera
leerlos? Como el vino de baja graduación que se elaboraba de las viñas de mi
pueblo: ácido y malo malismo, pero caldo de uva puro, sin trampa ni química. Y
es que aquello de sintagma, a quienes no hemos pasado de sujeto y predicador,
que ahora ya confundo con un fraile pensionista —recuerdo de mi niñez— subido
al púlpito de la iglesia en visita evangelizadora, nos pilla ya muy lejano a
pesar de que ahora está en boca de todos por las movidas que preparan allí los
griegos atenienses y los que no, en la plaza del mismo nombre.
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