Aunque
sabía que nunca sería Estrella que iluminara su portal, volvía al pueblo con la
esperanza de verla. Desesperado, bajo una copiosa nevada que no cesaba de caer,
vagó sin rumbo intentando serenar su recuerdo; sorbiéndose las cálidas lágrimas
que sin cesar fluían de sus ojos mezcladas con los copos de nieve que
suavemente enfriaban su mejilla. Escribió su nombre en la nieve al tiempo que
clamaba al cielo, ¿porqué?
Habíamos estado en casa de su tía. Después de
la Misa del Gallo, los amigos nos reunimos en el bar, para pasar un rato de
cháchara. Y volvíamos juntos a casa, pues éramos vecinos. Estuvimos hablando en
mitad de la calle hasta que advertí que éramos un fácil blanco de las miradas
de quienes pasaran por allí, incluso a distancia. Nos refugiamos en una zona
más recogida a resguardo de miradas indiscretas. Yo llevaba una gabardina
amplia cruzada, suficiente para albergar a los dos. Desabroché los botones de
la prenda, con los cuales ella estaba jugando, y le ofrecí el resguardo de la
misma junto a mí. En un principio, pareció luchar entre aceptar la propuesta y
su pudor. Con suavidad, la fui atrayendo hacia mí amorosamente hasta
estrecharla contra mi pecho y abrigarla con la prenda. Así, al calor de nuestra
proximidad, le hablé del inmenso amor que le profesaba, de que ella era para mí
la Estrella Polar que, cual náufrago, buscaba desesperadamente su tabla de
salvación. Me expresó su temor alegando si buscaba reírme de ella. ¿Cómo voy a
hacerte daño, cariño mío, si te quiero más que a mi vida?. La acaricié y besé
su cabello, sintiendo su respiración agitada. La misma que yo le transmitía.
Creí que había vencido sus reparos. Tómate tiempo para romper ligaduras y
soltar amarras, yo esperaré.
De pronto, un chupón de
hielo junto con un alud de nieve, me golpearon la cabeza y me devolvieron a la
realidad. Pero aquel golpe, debió afectar a mi cerebelo que aún no se ha
recuperado y sigue soñando.
Sin duda, apartaría de mí
este cáliz, pero como el ruiseñor que murió cantando clavándose la espina del
rosal en el corazón para dar color con su sangre a la rosa que amaba, yo
también aprieto contra la espina lacerante de su recuerdo porque sigo amando a
aquella chiquilla, hoy mujer, que en mí no ha envejecido.
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