FIDELIDAD
Condujo su coche por las estrechas
"carreteras" del Delta como un sonámbulo, sin percatarse de las
sonoras pitadas que le dedicaban los conductores de los coches que circulaban
en sentido opuesto al cruzarse con él. Más de uno no solo le dedicó su
prolongada y acústica protesta, también hizo mención a todo su árbol
genealógico -incluyendo a algún hipotético viajero-, cuando se vio sin remisión
abocado a caer en los arrozales que bordean el camino. Parecía que al coche le
marcaba la ruta un inseguro y loco piloto automático, ignorante de cuantos vehículos
le venían en sentido opuesto.
Como en un milagro, recaló en la playa de Els
Trabucador sin percance alguno a pesar de los sustos y maldiciones acumulados contra
él en el trayecto. En un momento de lucidez dejó el auto fuera de las dunas, en
terreno seguro; no quería que las ruedas hicieran el afilador en la arena
cuando decidiera volver. En compañía de su perrita, contempló la interminable
playa arenosa a ambos lados de su posición ¿Voy hacia la punta La Banya o hasta
los Eucaliptus? Se dejó llevar por Laika y emprendieron el paseo hacia La
Banya.
Interminables playas de fina arena a ambos
lados donde no se veía el fin; la silueta de las pocas personas que paseaban
la playa, se difuminaba en la distancia. Siguiendo con su ensimismamiento
precedente, no hacía caso a su perrilla la cual iba y venía y se adentraba en
el agua nadando en busca de no se sabe qué, quizá invitando a su dueño a
seguirla para ver si de este modo las entendederas de su cerebelo comenzaban a
perder las telarañas que lo nublaban.
Como en un sueño provocado por las sirenas al intrépido Ulises, creyó ver sobre la arena entre las dunas y el reverbero de la luz solar, a una mujer que le hacía señas para que se acercara. Por un instante pareció despertar de su letargo, mas fue efímero el impulso. Ya llegado al punto en el cual se prohíbe la entrada al parque natural de la Punta la Banya con vehículos, a la altura de las salinas, él siguió impertérrito a pesar de que estaba también prohibido el acceso con perros sueltos. Bien es verdad que al animalillo que le acompañaba, ya le daba lo mismo ir suelto que atado; tras la caminata, marchaba a su lado con la boca abierta y la lengua fuera buscando la sombra que proyectaba su amo.
Como en un sueño provocado por las sirenas al intrépido Ulises, creyó ver sobre la arena entre las dunas y el reverbero de la luz solar, a una mujer que le hacía señas para que se acercara. Por un instante pareció despertar de su letargo, mas fue efímero el impulso. Ya llegado al punto en el cual se prohíbe la entrada al parque natural de la Punta la Banya con vehículos, a la altura de las salinas, él siguió impertérrito a pesar de que estaba también prohibido el acceso con perros sueltos. Bien es verdad que al animalillo que le acompañaba, ya le daba lo mismo ir suelto que atado; tras la caminata, marchaba a su lado con la boca abierta y la lengua fuera buscando la sombra que proyectaba su amo.
Más adelante, en un cobertizo que servía
de atalaya para observar en su hábitat a las aves silvestres del parque
natural, creyó ver a alguien que le hacía señas invitándole a acudir a su lado.
Parecía jugar al esconder, ahora me ves, ahora no. Intrigado, pero todavía con
la malla que cubría sus ojos y entendederas, se acercó y ¡oh milagro!, la causante
de sus desvaríos estaba allí esperándolo con los brazos abiertos y en
insinuante gesto. Se restregó los ojos no dando crédito a lo que le mostraban.
Subió los cuatro peldaños que elevaban al chiringuito sobre la arena y alcanzó
con su mano a la persona que allí le aguardaba. Aparentemente era de carne y
hueso, pero no la reconocía.
─Pero eso es imposible. Ayer quedamos en
encontrarnos aquí a esta hora, se lamentó. Sin darle tiempo a reaccionar, lo
abrazó y besó con ardiente pasión. Peke, ¿Cómo puedes decir que no me
recuerdas? ¿Acaso has olvidado tus te amo y tu pasión?
─Precisamente por ese motivo estoy aquí,
tu recuerdo me esclaviza y atormenta; pero esto no debe ser realidad sino un
sueño ya que no te reconozco.
─Entonces permíteme que descorra las
cortinas de tu memoria.
Bien que sabía cómo hacerlo; poco a poco su cuerpo y su alma se entregaron al frenesí que les imponían.
Bien que sabía cómo hacerlo; poco a poco su cuerpo y su alma se entregaron al frenesí que les imponían.
─ ¿Recuerdas ahora?
─Bien sabes que sí, jamás podría olvidarlo.
Al poco entregó su alma sin desperdiciar un ápice; esa que con tanto frenesí y
anhelo ella buscaba en él. Rendido, comenzó a devolver recuerdos en aquella
piel. Si hubiera sido posible, la habría absorbido y llevado a formar parte de
sí mismo. El ritual inundó sus cuerpos donde uno parecía confundirse con el
otro. La una había quedado plena y el otro exhausto pero feliz.
Un adormecimiento invadió a los amantes y cuando
el paseante recobró la consciencia, halló que permanecía solo, como antes; su
amante o su quimera, había desaparecido. Descubrió, no obstante, que aquel
sueño no había sido en balde, las señales le indicaban que no había estado
solo. Un pequeño pañuelo le revelaba que había estado en contacto con su sueño
y el perfume, era inconfundible. Voy a volverme loco, no ha podido ocurrir. He
de hacer algo.
Salió del garito de observación y con la
cabeza gacha dirigió sus pasos hacia el agua. Comenzó a caminar mar adentro y cuando
el agua le llegaba casi al cuello y las olas le sobrepasaban, se percató de
que su pekeña Laika le seguía, estaba a su altura. Ladraba pidiendo
auxilio. Aquello tuvo la virtud de devolverlo a la realidad súbitamente.
Con lágrimas en los ojos, atrajo hacia sí a su amada pincher pidiéndole
perdón, pues su locura y evasión de la realidad, habían estado a punto de
llevarlos a la muerte. Laika, para salvar la vida de su amo, no dudó un momento
en seguirle y arriesgar la suya, intuyendo que era la única manera de hacerle
regresar a la realidad.
Te amo pekeña.
Te amo pekeña.
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