Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

miércoles, 10 de mayo de 2017

CALIMEROS

En los albores de mis recuerdos, figuran algunos pertenecientes a niños como alguna vez hemos visto dibujados o fotografiados: con gatera en el pantalón. Consistía en llevar el calzón abierto en la culera para de esta forma con solo agacharse ya tenían expedito el camino de salida de las heces o la pilila.

Era el menor de seis hermanos más un agregado y claro, por razones obvias, no viví la infancia de los otros pues soy uno o dos años mayor que él. Lo recuerdo con la gatera y la camisa asomándole por ella. Más tarde  los dos últimos, él y su hermano, fueron enviados a estudiar con unos frailes salesianos pero en el momento oportuno dejaron los hábitos y retornaron a la vida civil. Supieron obtener frutos de la estancia monacal, sobre todo el mayor.

Hubo otro, en distinta familia, que el lucero con un poco de mala uva llamaba "el Incubador" porque siempre iba solo por todas partes, no le prestaban la atención que en su opinión merecía el rapaz. De éste recuerdo una anécdota: el hermano mayor en ausencia de su madre y ante los lloros del pequeño le decía "calla rico calla, que ahora vendrá mi madre". ¡Cuánta inocencia!. Entonces no existía la sobreprotección actual hacia los niños, pero salimos adelante.

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