PD.- Mi senilidad aumenta cada día. Anoche en la cama lloré recordando a la perrita. He de convencerme de que debía tomar una de las dos; si la hubiera elegido a ella, Laika no estaría a mi lado.
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En momentos de gran soledad para
no hablar a la botella, decidí adquirir una cría de perrito. Al visitar la
camada para apalabrar una, solo quedaban dos hembras; resultaron ser de raza
pincher. La primera, que tomé en mis manos, temblaba. Me decidí por la segunda.
– ¿Y cómo se distinguen?
–Esa tiene el rabo más largo.
Pasados dos años, encuentro a su
dueño paseándola. Vivimos a escasos doscientos metros de distancia. Es un
tercio del tamaño de su hermana Laika.
– Hola Greta, cariño. Acaricio su
lomo y costillas y mi mano recibe un impacto tremendo: su esqueleto se palpa y
refleja como en una radiografía.
–Pues come todo el granulado que
quiere.
Pero le han faltado los mimos y
el cariño que yo le he dado a mi perrita. Aquella noche, recuerdo la imagen
captada con mi mano y su trasero alejándose; no puedo reprimir unas lágrimas traidoras
y culpables.
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