Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.
miércoles, 28 de junio de 2017
CABRON (ES)
En el año 99 me eligieron para ser miembro de la comisión de fiestas del pueblo y no conformes con ello, me nombraron presidente de la misma. Pocos placeres me proporcionó la juerga. Machaqué mis vacaciones de la fábrica intentando vender suvenires a los visitantes del castillo, a la sazón con entrada libre; discutiendo con alguna valenciana o catalana que consideraba abusivo el precio de nuestros productos cuando en su tierra hubiera tenido que pagar mucho más solo por entrar.
Otros episodios desagradables ocurrirían antes de que finalizaran las fiestas, ya narrados en algún post de este blog, como la multitud de camisetas desaparecidas en el cuarto del pabellón. Pero lo que hoy me ocupa es que aquellos días todavía guardaban, con rencor, agravios por mi trabajo.
La placa de cerámica que figura arriba, ha desaparecido. Algún cabrón miserable cuya madre no merece que la insulte, o sí, la ha quitado. Picado el cemento que sostenía los azulejos con cincel, para que no quede ni rastro.
El génesis de este homenaje tenía destinatarios con nombre y trabajo específicos en el día de la comida de hermandad: Las personas que con un sol de justicia eran y son capaces de estar a las tres de la tarde del mes de agosto manejando unas parrillas gigantes sobre unas brasas intratables asando chuletas y costillas de cordero. Haciendo carne a la brasa.
Por razones obvias, no podía relacionar la intención directa sin mencionar a todos los que de una forma u otra trabajaban para la organización de la comida. Nunca les mencioné a esos destinatarios que mi interés estaba directamente relacionado con ellos. Ahora, cuando tenga oportunidad, si que lo haré; aunque estoy convencido de que no se sentirán tan insultados como yo. La carambola miserable sería que alguno de ellos hubiera intervenido en el sacrilegio aquí expuesto. Lo cual me haría exclamar:
¡¡SO CABRÓN!!
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