Érase
una vez en el parque de atracciones había un niño y una niña y los dos estaban
muy contentos de estar allí.
Después
de montarse en muchas atracciones al niño que se llamaba Nicolás, se le ocurrió
que podían visitar la casa del terror. Después de unos minutos una bruja
apareció, les montó en su escoba, traspasaron la Luna y les llevo al país de la
imaginación (que todo lo que imaginabas se hacía realidad). Los dos se
imaginaron un helado de chocolate bien grande y se lo comieron. La niña imaginó
un sol gigante pero ¡Ahhhh! quemaba mucho.
De
repente la bruja (Maruja) les dijo: Este lugar es muy bonito, pero venid. La
bruja Maruja les llevó al barrio de los monstruos y los dos se asustaron mucho
de tanto monstruo. La bruja les comentó que los monstruos en realidad eran
buenos, pero todo el mundo creía lo contrario y ellos querían que supiesen la
verdad.
La
niña Lucía, le mirón con cara de pena y le dijo: ¡Te vamos a ayudar a ti y a
los monstruos!
Al
día siguiente la bruja les llevo a sus casas y sus padres les dijeron que
estaban muy preocupados pero que lo importante era que estaban bien. Cuando se
levantaron los dos empezaron a poner carteles por toda la ciudad que decían
“¡Los monstruos son buenos, creednos!”. Convencieron al alcalde e hicieron una
fiesta en honor a estos ¡y los monstruos vinieron! Entonces la bruja les dijo:
¡Muchas gracias! y en muestra de agradecimiento os he traído un helado de
chocolate para cada uno (que era una sorpresa): cuánto más comían, chupaban,
lamían, ¡más grande se hacía! por lo que pudieron compartirlo con sus amigos. Y
ellos dijeron: ¡gracias!
Pasado
un tiempo Lucía y Nicolás volvieron al parque de atracciones con deseo de poder
dar una vuelta por todo el barrio de los monstruos y les dijeron a sus padres
que se iban a la casa del terror y como sus padres recordaron lo de que “los
monstruos son buenos” empezaron a sospechar. Después de un largo rato pensando,
lo comprendieron todo y les dijeron: “Os dejamos ir al barrio de los monstruos pero
volved justo a las 22:05, ¿entendido?” “¡Entendido!”.
Entraron
y gritaron: ¡VEN BRUJA! y la bruja muy feliz de volver a verlos les dijo: Venga
¡subid a mi escoba! y cuando estaban a punto de cruzar la Luna los niños
gritaron: ¡ESPERA! ¿Podríamos ir al Arco Iris? Y ella humildemente les
contestó: Claro que podéis, pero necesitaríais otro guía. Ellos mirándole con
caras raras le preguntaron dónde podrían encontrar a ese supuesto “guía”. Y
ella contestó: Siempre, donde nace el arco iris, hay un duende que ayuda a
subir a lo alto a quien lo desea con mucha fuerza e imaginación. Desilusionados
le dijeron: Creíamos que tú lo podías conseguir todo.
Un
día que no tenían colegio y amaneció el día gris, se escaparon de casa buscando
al Arco Iris. ¡Mira Lucía, allí al pie de aquella montaña en el valle!
Corrieron pero cuando creían que ya habían llegado, ¡Ohhhh! estaba mucho más
lejos. No se desanimaron persiguiendo la nueva posición del arco iris que
parecía jugar al esconder con ellos. Unas veces muy brillantes los colores y
otras apenas podían adivinarse. Ya cansados, pensaron que el duende era el
autor de ese traslado, que se negaba a dejarles subir a él y decidieron volver
a su ya lejana casa.
Al
poco, un cielo encapotado comenzó a vestirse de negras nubes que presagiaban
tormenta. Comenzaron a sentir miedo y frío. Empapados por el fuerte aguacero,
al fin hallaron un roble milenario que les dio cobijo en un pequeño agujero de
su ya vetusto tronco.
–
¿Qué hacéis por aquí solos y a estas horas? Preguntó el viejo roble.
Si
ya estaban acobardados, con aquellas palabras les pinchan y no les encuentran
una gota de sangre.
–Queríamos
encontrar el nacimiento del arco iris, pero ha huido sin poder llegar a él. Y
ahora estamos perdidos y muertos de cansancio.
–No
temáis que nadie va a haceros daño. Aquí estaréis protegidos hasta que de nuevo
salga el sol.
Un
rato después, unas figuras que danzaban bajo la lluvia ocuparon un claro del
robledal. Se encogieron todo lo que pudieron pero la luz de los relámpagos
iluminaba por completo el hueco del viejo tronco. Uno de aquellos seres
percibió su presencia y dirigiéndose hacia ellos, los tomó de la mano. Les
invadió el pánico, pero éste solo fue momentáneo. Al contacto de las manos del
bailarín, el miedo desapareció. Acompañando al exterior a la figura, con el
resplandor de los relámpagos pudieron darse cuenta de dos cosas: que quién les
había tomado de la mano era una criatura extraña, como nunca habían visto,
ataviada con telas de llamativos colorines y que les transmitía confianza y la
otra, que la lluvia a ellos no los mojaba, resbalaba de su piel y de su ropa;
incluso la notaban seca. Algo asombroso, sin duda.
Siempre
cogidos de la mano y dejándose guiar, acompañaron en su danza a aquellos
¿duendes? y fueron remontándose en el cielo. De pronto sus pies se posaban
sobre un suelo de colorines y todo cuanto desde allí se divisaba era diáfano,
colorido y extraordinario. Dominado por una luz radiante, sin una nube en el
horizonte.
Se
volvieron para dar las gracias a su escolta, pero ¡habían desaparecido! Con
miedo a moverse, quedaron paralizados. ¿Qué hacemos ahora? ¿Por qué nos han
abandonado? Recapacitaron y ¡estamos en todo lo alto del Arco Iris! Iniciaron
el suave descenso del mismo sin saber cuál sería el final de todo aquello y al
instante, notaron que el suelo se hundía y caían al vacío. ¡Cotocroc!. El golpe
recibido al caer de la cama, devolvió a Nicolás a la realidad. Ya lucía el sol
y la lluvia había desaparecido, observó acercándose a la ventana. En el
alféizar, encontró restos de musgo y sus zapatos estaban ¡teñidos de colorines!
¡Tengo que ver a Lucía!
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