En el día que te hubieras librado del castigo bíblico que nos invade a parte de la humanidad, te dedico esta esquela que nunca leerás:
Querida Estrella Doliente del Camino a
Ninguna Parte:
¿Cómo
plasmar en una cuartilla sentimientos que han durado toda una vida y que tú,
jamás leerás? Sin duda gentes habrá que impregnarán su historia de floridas
frases, palabras grandilocuentes y fantasías de cuentos de hadas. Pero la
realidad no es tan halagüeña y edulcorada.
El amor que yo siento por ti, -no
puedo decir que haya sido recíproco por tu parte, para mi frustración-, no ha
logrado, de milagro, acabar conmigo. ¡Cuánto tiempo ha pasado desde que en tu
18 cumpleaños te envié un ramo de claveles, uno por año!. Aún recuerdo el
verano en el cual lograste inocular en mi alma el virus de tu cara y eso que
casi nadie, yo al menos, me atrevería a definir: colonizaste mi voluntad
haciéndote dueña y señora de la misma. Nunca pude tenerte entre mis manos ni
tampoco desterrarte de mi mente, la cual, como traidora serpiente al acecho de
su presa, ha asaltado mi subconsciente en sueños, cuando más vulnerable se
encuentra, dejando un rastro de lágrimas en el despertar y una amargura sin
límites. Nunca me has amado, pero tampoco has liberado mi alma para que esta
fuera, si no feliz, al menos no sufriera tus ataques con nocturnidad y
alevosía. Solo por una vez mi mano y la tuya al unísono sintieron el mismo palpitar,
vana ilusión que poco más tarde tú conseguiste desvanecer.
Te
dediqué un blog en el cual iba plasmando mis amarguras y hasta algún momento,
raro, que en mis sueños conseguía despertar con una sonrisa, Viví momentos
descabellados en los cuales, mi fiebre alcanzó grados rayanos en la locura,
pues planeé ir a buscarte y plantearte el delirio que me embargaba y amargaba. Aunque sabía que nunca serías estrella que iluminara mi
portal o tu aroma el de mi hogar, volvía al pueblo con el ánimo de revivir tu
recuerdo. Impotente, bajo una copiosa nevada que no cesaba de caer, vagué sin
rumbo sin entender nada; escribí tu nombre con traza efímera en la nieve y
tratando de serenar tu recuerdo, aparté con un dedo las cálidas lágrimas que
sin cesar brotaban de mis ojos, mezcladas con los copos de nieve que,
suavemente, enfriaban mi mejilla mientras ardía mi ánimo.
Estos
días han celebrado en Teruel, nuestra tierra, el recuerdo a Isabel y Juan. Y
puedo decirte sin lugar a dudas que mi amor por ti, va más allá de lo terrenal,
no morirá nunca. Comprendo sus sentimientos porque los estoy viviendo y doy
gracias al Destino (ese cabrón) pues aunque me ha privado de tu presencia,
de acariciarte y depositar en ti los millones de besos marchitos que te
aguardaban, habré tenido la ocasión de amar tan profundamente, que no he podido
desarraigar este sentimiento hacia ti.
Je t'aime,
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