Se
giró al escuchar el grito angustiado de su madre. No tuvo tiempo de oír más.
Aquella
noche, decían que era Nochebuena y mañana Navidad. El niño no entendía por qué aquella noche iba
a ser diferente cuando todas las noches, y los días, eran más bien un infierno.
Unido al horror de la destrucción sistemática usando la coartada de la
autodefensa, se estaba produciendo el enfrentamiento de la propia gente
separada en facciones irreconciliables. Con nefastas consecuencias para la
población que sufría hambre, persecución y miseria. Situación extrapolable a
numerosas regiones mundiales, víctimas de los mismos odios y violencia.
Él,
desconocía las formas y los medios que en otras partes del mundo la población
infantil disponía para su disfrute. No sabía el significado de la palabra
juguete. Para este menester utilizaba, junto con sus amigos, cascotes de
metralla o munición sin explotar que de vez en cuando se cobraba su tributo en
la vida de alguno de aquellos infantes inocentes y desgraciados.
Ya,
en alguna ocasión, habían consumado alguna correría contra «el enemigo». En su
inconsciencia, emplearon los temibles proyectiles ya utilizados por David
contra Goliat. Quizá por eso, sabedores de los devastadores efectos de esa
munición, «los invasores» portadores de la ignominia, se empleaban sin piedad
en la erradicación de tan peligrosos atacantes.
Le
habían contado, que una estrella guiaba hasta su pueblo a unos reyes magos los
cuales buscaban a un Niño para adorarle. Esto le hacía pensar sino serían los
invasores enviados del moderno Herodes que, según el relato, mandó ejecutar a
todos los niños del pueblo. Dados los desproporcionados medios empleados y la
falta de piedad demostrada, poco parecía haber avanzado la humanidad desde
entonces, pues la historia se repetía a diario por todo el mundo.
A
través de la ventana sin cristales de lo que había sido su casa, pudo ver una
enorme estrella que iluminaba todo el entorno. ¡¡El cielo se hunde!! Creyó.
Aunque a continuación razonó ¿Los Reyes Magos? Sin pensarlo, salió corriendo
por entre los escombros para apreciar mejor el acontecimiento. ¿Dónde están los
reyes? se preguntó. Se volvió y a la luz de la estrella pudo ver al monstruo
acorazado y agazapado que giraba hacia él. Se volvió al escuchar el grito angustiado
de su madre. Un destello inesperado lo deslumbró y aturdió; cuando se recuperó
del susto, encontró a su lado a otro niño que irradiando luz y paz le sonreía;
y que dándole la bienvenida y ofreciéndole su mano, le invitaba a seguirle.
Y entonces comprendió
porqué, a aquella noche, la llamaban Nochebuena.