En aquel momento, parecía una buena idea.
Érase una vez un remolcador al que todos llamaban la
Pulga debido a su tamaño canijo en comparación con los grandes barcos a los que
debía ayudar a atracar y salir de puerto. Enormes trasatlánticos o cruceros,
mercantes o petroleros utilizaron sus servicios. Siempre guiado por el práctico
del puerto correspondiente, llevaba a su posición a los navíos, aquellos
mastodontes entre los cuales realmente parecía una pulga a la que iban a
aplastar con sus enormes cascos o quillas.