Mi pueblo, Pietra Solez en la antigüedad, como
desde siempre ha sucedido, ve pasar plácidamente el tiempo y las generaciones,
acostado a los pies de la falda del Morrón, al abrigo del aire castellano,
“aire regañón, ni agua ni sol” según la experiencia ancestral de sus
habitantes. Ubicado en la confluencia de dos ramblas, la que recoge las aguas
de Los Casares y la cuesta de Rodenas, en la solana del Morrón, e incluso de La
Nava que, parcialmente, vierte sus aguas en ella, tanta, que las grandes
tormentas desbordan el cauce e invaden las calles del pueblo. Más de una vez,
inundó las escuelas y en la puerta de la casa del abuelo Manel, el agua
desmadrada hizo una brancada de más de un metro de profundidad y la iglesia,
situada al lado, resultó inundada por esa misma avenida.