Es poca la racionalidad que me queda. Cada vez es
mayor y a más velocidad la huida hacia adelante. Pero ello no es óbice ni
impedimento que me haga servir de pantalla para no ver a la cruda, fantástica,
feliz, amarga, voluptuosa y siempre inquietante, desasosegada, agónica y
quimérica realidad virtual. En nuestro particular Dakar, deberemos evitar caer
al precipicio como el eterno aspirante a todo y vencedor de nada que es Carlos
Sainz. Hay que quemar etapas a toda pastilla y a ser posible, con otro ninot
fallero que desee esa combustión en la pira orgiástica del fuego enredado.
Chamuscados saldremos igual, pero hay que intentar al menos salvar la cola. (O
sea, no acabar como el gallo de Morón).