Casi de madrugada, cuando
todavía estaban poniendo las aceras, encaminé mis pasos hacia el hospital; iban
a realizarme una hernioplastia inguinal en la CMA del Royo Villanova. A mi
lado, en preparatorio, un abuelete de luengas barbas blancas esperaba con los
goteros ya funcionando. Al momento lo llevaron y a mí detrás. Al pasar por un
ventanal, vi asombrado como un trineo levitaba a la altura del mismo. Lo
achaqué a algún delirio fruto del mejunje goteril aplicado a mi vena. Tumbado
en la mesa de operaciones, me informan que me van a dormir, no anestesia
epidural como previamente me habían explicado. Mascarilla en la cara y antes de
que puedan reaccionar me escapo y por la ventana me lanzo en plancha sobre el
trineo.
¡Arreeeee! Este sale disparado
y casi salgo de rebote volando por los aires, pero sin paracaídas. Pasada la
sorpresa, para abrigarme me echo por encima una casaca roja que había en el
asiento. Voy cubierto con un simple sayo y el trasero al aire. Al poco aprecio
que lleva calefacción. ¡Jo, así cualquiera! El tiro de renos que impulsa al
trineo va a su aire, pasando junto a un jet de Ryanair que volvía de Mallorca según denuncian los boquiabiertos pasajeros, a los cuales saludo, por las
ensaimadas que portaban.
Salvamos la cima del Moncayo
rozando la nieve y tras un brusco giro a la izquierda, al momento levantamos a
las pacíficas grullas de la laguna de Gallocanta que protestan con gran alboroto y más razón
que un santo. En su loca carrera, como si mi pensamiento dirigiera aquella
cuadriga, enfilamos hacia el Delta del Ebro tras saludar al castillo de
Peracense y al Torico, en Teruel. ¡Vaya, un Castor en alta mar! Qué bonito
color están alcanzando los naranjales, ya bañados por el sol. Desde el faro que
señala hasta donde llegaba la isla de Buda hace sesenta años, observo y lamento
la enorme mordida del Mediterráneo al Delta.
Iniciamos el retorno hacia la
Tierra Noble aragonesa viendo las obras del camuflado trasvase aguas arriba del
Ebro, en el azud de Xerta. Asustamos a las cabras montesas en los Puertos de
Beceite y a caballo del Ave, desde Fraga, hacemos un buen tramo para que los
renos descansen. Algunos conductores de vehículos que circulan por la
autopista, se quedan embobados con grave riesgo de accidente al pasar el
tren sobre algún puente. Casi podríamos intentar pescar algún siluro en el Mar
de Aragón, Caspe, pero carezco de caña y licencia. En Alfajarín nos “apeamos”
antes de que la guardia civil, movilizada por los automovilistas, nos intente
detener.
Ya divisamos los puentes en
Zaragoza; el de Giménez Abad, en primer lugar y cruzamos como flechas bajo los
arcos del Puente de Piedra y del Tercer Milenio, sin tiempo de pensar en el
dispendio del Pabellón Puente. Casi nos estozolamos en el dichoso azud para los
barquitos, ¿capricho? del alcalde. Sobrevolamos el campo de tiro de san
Gregorio, donde los militares juegan a la guerra, y algún que otro obús pasa
amenazador a nuestro lado. El embalse de La Sotonera, abunda en deseos de agua.
Hago oído pero no escucho la
Campana de Huesca, tan necesitados como estamos hoy en día de sus redobles en
toda la Nación, pero sí las de la catedral de Jaca; en un plis plas estamos
sobre las pistas de esquí, en Formigal; pero la nieve, la disfrutamos más a
través de una ventana y al abrigo de una buena chasca quienes de niños teníamos
que ir a la escuela con una tasca hasta las rodillas. Llegamos hasta el pico
del Aneto y al ver el cartel anunciador de la “Duana”, con un derrape en picado
volvemos para casa.
Cuando el trineo enfilaba el
cauce del río Gállego, hacemos dos saltos mortales y unos tirabuzones acabando
estampados contra los Mallos de Riglos. Siento frío en la espalda y abro los
ojos con tiempo de ver a un fulano con bata verde y mascarilla que, motosierra
en mano, parece dispuesto a abrirme en canal. Cuando estaba a punto de proferir
un enorme alarido, una voz amable me llamó: «Juan, despierte, ya hemos
terminado».
Con el corazón desbocado,
como los renos, suelto un suspiro de alivio y al pasar por el ventanal, con el
rabillo del ojo aprecio que el trineo ha desaparecido. En reanimación pregunto
por el abuelete: «Le han operado de cataratas; se ha ido echando pestes
porque alguien le había rayado el coche». Me arrebujé entre las sábanas
haciéndome el dormido.
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