Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

martes, 30 de enero de 2018

VIDAS TRUNCADAS


He visto ya tantas personas cercanas morir sin piedad ni indulgencia, que resultaría insultante para ellas ni siquiera insinuar que se dejaron vencer sin lucha contra ese enemigo traidor del ser humano que es el cáncer. Personas, algunas, que tenían todavía mucha vida por delante y que, de pronto, se encontraron presas de ese enemigo silencioso y criminal. En mi pensamiento desfilan ellas y sus situaciones.

No son relatos humanos que haya visto en los periódicos o fruto de mi imaginación, sino compañeros de niñez y de juegos, con los cuales he hablado, jugado, reñido, hecho rastros.... Han sido víctimas silenciosas caídas de la noche a la mañana, pues así deben considerarse por la edad y por el tiempo de vida transcurrido desde la confirmación de la enfermedad hasta su final. No puedo olvidar a mi prima, Asun, que en la celebración de la boda de mi hija me confesaba que para la siguiente ya no estaría, como así fue. Con una entereza estoica, cuando ingresó en el hospital para morir le preguntó al médico: « ¿Doctor, ya es el fin?», y él hubo de decirle que sí. Eso es desgarrador, me rebelo, no puedo evitar que mis ojos se turben. Enfermera, 45 años tirados por la borda sin misericordia. Y así una tras otra. Tantos y tantas, que el pensamiento duele al remover viejos, y no tanto, recuerdos. El último, se comía el mundo. En tres meses, se marchó. Viejo compañero de correrías y aventuras…en agosto lo enterramos. Cuando me dijeron que había muerto, no me lo podía creer, pues ignoraba la enfermedad. 

Siempre una muerte es una tragedia para las personas cercanas a la víctima. Más, cuando su edad y vitalidad no hacía sospechar un destino tan cruel. 

Sabes, amable lector, puede que alguno de nosotros o de quienes nos van a juzgar, ya seamos víctimas inconscientes de esa maldita peste. El consuelo final es, que todos esos bastardos  derrochadores de vidas y fortunas, especialistas en masacrar a inocentes en vez de hacer felices a los demás, un día, puede que también sin que lo esperen, ellos caerán, lo mismo que otros que, con anterioridad, se creyeron dueños de vidas, fortunas y el mundo. La Parca se los llevó sin miramientos. Aunque sea un magro consuelo. 

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