He visto ya tantas
personas cercanas morir sin piedad ni indulgencia, que resultaría insultante para
ellas ni siquiera insinuar que se dejaron vencer sin lucha contra ese enemigo
traidor del ser humano que es el cáncer. Personas, algunas, que tenían todavía mucha vida por delante y que, de pronto, se encontraron presas de ese enemigo
silencioso y criminal. En mi pensamiento desfilan ellas y sus situaciones.
No son relatos humanos
que haya visto en los periódicos o fruto de mi imaginación, sino compañeros de niñez y de juegos, con los
cuales he hablado, jugado, reñido, hecho rastros.... Han sido víctimas
silenciosas caídas de la noche a la mañana, pues así deben considerarse por la
edad y por el tiempo de vida transcurrido desde la confirmación de la
enfermedad hasta su final. No puedo olvidar a mi prima, Asun, que en la
celebración de la boda de mi hija me confesaba que para la siguiente ya no
estaría, como así fue. Con una entereza estoica, cuando ingresó en el hospital
para morir le preguntó al médico: « ¿Doctor, ya es el fin?», y él hubo de
decirle que sí. Eso es desgarrador, me rebelo, no puedo evitar que mis ojos se
turben. Enfermera, 45 años tirados por la borda sin misericordia. Y así una
tras otra. Tantos y tantas, que el pensamiento duele al remover viejos, y no
tanto, recuerdos. El último, se comía el mundo. En tres meses, se marchó. Viejo
compañero de correrías y aventuras…en agosto lo enterramos. Cuando me dijeron
que había muerto, no me lo podía creer, pues ignoraba la enfermedad.
Siempre una muerte es una
tragedia para las personas cercanas a la víctima. Más, cuando su edad y
vitalidad no hacía sospechar un destino tan cruel.
Sabes, amable lector,
puede que alguno de nosotros o de quienes nos van a juzgar, ya seamos víctimas
inconscientes de esa maldita peste. El consuelo final es, que todos esos
bastardos derrochadores de vidas y fortunas, especialistas en masacrar a inocentes en vez de hacer
felices a los demás, un día, puede que también sin que lo esperen, ellos
caerán, lo mismo que otros que, con anterioridad, se creyeron dueños de vidas,
fortunas y el mundo. La Parca se los llevó sin miramientos. Aunque sea un magro
consuelo.
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