Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 7 de abril de 2018

TIRANT LO BLANC

Cuando estuve en la "guerra", en el periódico Levante había una mini columna que se titulaba así. Pregunté y nadie supo darme una respuesta convincente de su significado. La verdad que no encierra ninguna relación criptica con algún personaje, hecho o suceso, más o menos digno de recordar. Quizá fue un personaje del año la pera pues su traducción, libérrima, sería Tirante, el Blanco; no tirando al blanco o algo similar.

Tirando al blanco, tendría más sentido a lo que hice de crío. Estábamos jugando en la puerta de la iglesia y a una distancia de diez metros, arriba o abajo, había otro chaval haciendo escondicucas; yo le tiraba piedras pero como tiraba la piedra cuando asoma la geta, pues el proyectil no hacía blanco, se había escondido. Hasta que cambié de táctica. Reconozco lo hice con una malla leche no justificada en un crío de mi edad. Tiré la piedra, un aljezón, cuando escondió el careto y justo en el momento de asomar de nuevo, llegó y le impactó. Si le acierto en la sien, mato al pobre Carlitos. Le hice una buena gusanera, pero sobrevivió.

Sin blanca, o en rojo, pasé mi juventud. El mundo está concebido al revés; de joven tienes de todo y no te sobra nada; de viejo, te sobra y te falta todo. Cuando estuve en la "guerra", "cobraba" 700 pelas de rebaje de rancho. (Esto significaba que no comía en el cuartel, o sea, que a los soldados se nos mantenía con esas 700 pelas). Me duraban menos que un polo al sol de agosto. Al póker, y mira que ya sabía la lección, un jodido cabo nos limpiaba a todos. Un gafe total. ¿Porqué no pude disponer de unas pesetillas extra de las que hoy utiliza el banco para enriquecerse a mi costa? Pienso que también se las habría quedado el granuja del cabo, pues la estupidez, es la única enfermedad que no tiene remedio. Mas no es excusa para pasar toda la juventud sin blanca y la vejez en blanco. ¡Con la de sitios que había y hay donde poder fundir unos cuantos miles de euros sin quebrar la economía casera!

En blanco, está mi libreta pues estando a las puertas del invierno, no se sabe ni cuantas hojas le quedan. Bien es cierto que eso sucede desde el momento que pegas el primer berrido, pero ¡ay!, ahora ya hemos entrado a la lista de espera por mucho que intentemos hacer el remolón.

Nos entregan una libreta desconociendo su "longitud", totalmente en blanco, para que vayamos rellenando sus hojas: La mayoría de ellas acaban emborronadas y llenas de tachones o manchones. Nos ocurre como a aquella beata que cada día que iba a misa echaba una judía a un saquillo; al final del año quiso hacer recuento de las veces que había asistido a la ceremonia religiosa y halló al saquillo vacío, cinco o seis judías y estas gusanadas.

Haciendo la cuenta de la beata, mi saquillo, la libreta, también, está vacía. ¿He hecho algo digno de ser recordado? Sobrevivir, que no es poco. Mi contribución al progreso de la humanidad, es cero. Las acciones que me he visto obligado a tomar en cada momento, carecen de valor excepto para mí. Bien es cierto que a toro pasado, contemplo con escepticismo si en un momento dado hubiera dado un giro a la acción tomada.  Que las decisiones que toman los demás influyen en nuestra cotidiana aventura, sobre todo si van  en contra de nuestros intereses o deseos, es incuestionable.  Somos un canto rodado en la torrentera de la vida y, a veces, por mucho que busquemos un remanso de paz en el cual reposar o incluso permanecer, no serán nuestros sueños los que prevalezcan.

Hallamos, fruto de esos tumbos, relaciones deseadas o indeseables. Eso solo lo descubrimos pasado el tiempo al constatar el acierto o el error del camino tomado. En mi pueblo, decimos que el de la Solanilla, no lleva a ninguna parte. Pero también eso es erróneo. A mi me llevó, en mi juventud, muchos días a Los Cabañeros a cavar y espedregar la tierra para plantar azafrán. Un trabajo que aborrecía por varias razones. (De esos días me llega un recuerdo: junto a mi padre, no sé si en moto o bici, pues de ambas maneras fuimos, a la tarde fuimos al pueblo de la tía Alejandra. Y yo en mi mente entonaba aquella canción que decía "qué suerte, que suerte que esta noche voy a verte...." En las páginas de aquella época quedó reflejada la ilusión juvenil, como antes lo sería la infantil). La melancolía que me invadía al llegar al sitio, la soledad, impedía ser feliz con el azar diario; al volver, cuando desde Las Canteras se divisaba el pueblo, mi espíritu despertaba.

Hoy, en un revival o retroceso memorístico, aquellos años adolescentes ocupan mi memoria a la hora de volver al pasado. Hay una amnesia deseada a la hora de detenerme en el resto de mi vida. La ruptura brusca y traumática con aquella estancia bucólica en el pueblo, forma un antes y un después en el devenir de mi existencia. La parte "oculta", es mi vida actual, quizá ni mejor ni peor pero si diferente y que conmigo perecerá. Nada cambiaría de ella si con ello desapareciera.

O sea que hojas en blanco no hay, a pesar de que a veces, quienes se sienten llamados a emborronar folios no consigan que el ordenador escriba una letra. Sin hacer nada ni darnos cuenta, también escribimos, incluso con renglones torcidos. Ahora, llega la hora de recapitular y lamentar por lo que hicimos o dejamos de hacer. Sin posibilidad de retroceso ni detención de la rueda que avanza inexorable a la página final.

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