Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 20 de septiembre de 2018

SIN ADITIVOS

UNA TRAGEDIA, REAL.
Si bien podría plagiar el suceso por las reseñas que de él existen y perduran en internet, no necesito de ellas pues aunque nada se mantiene en mí presuntamente en condiciones normales de uso, la memoria es selectiva y según que cosas no las olvida.

Era el 24 de Junio de 1976. Las dos de la tarde más dos minutos, hora de la comida y el personal de taller acabábamos de dejar la faena y procedíamos a lavarnos. Junto a la planta del butano, mi empresa estaba construyendo una nave nueva y los operarios que allí trabajaban se hallaban en la nave central con el resto, eso los salvó. De pronto, una explosión espeluznante nos acojonó a todos. Por mi parte, pensé en alguna botella de acetileno que los compañeros pudieron dejar mal cerrada. Inmediatamente después, otra tremenda explosión redobló nuestro terror. "El butano" dijo alguien con la mente más despejada que la mía. Las partes transparentes del tejado, dejaron ver el fuego de la deflagración. Teníamos al lado una puerta de la nave por la cual un operario residente en Utebo había salido. Resultó con quemaduras leves.

El resto emprendimos una carrera en sentido contrario buscando la otra salida de la nave. Al llegar a ella, la hierbas estaban ardiendo y nuestras dudas fueron en aumento ¿Que hacer? Seguir corriendo en sentido contrario a la ubicación de la fábrica y de la planta siniestrada. Solo uno de nosotros le echó coraje y se quedó en el lugar del siniestro ayudando. Se llamaba Fernando Subirón y tenía motivos para echarle agallas: era miembro del PCE y de CC.OO. Había sido detenido por soltar octavillas "subversivas" y torturado.

Los "valientes" seguimos corriendo carretera abajo hacia Zaragoza y no paramos hasta sentirnos seguros ¿?. Una inmensa columna de humo había oscurecido el día. El resultado lo supimos más tarde. Un camión cargado de butano o propano explotó quedando plana la chapa de la cuba. Se calcula que murieron unas trece personas aunque nunca se ha sabido con seguridad cuántas. A las dos y media hacían el cambio de turno las personas que trabajaban en la fabrica de sacos de papel que era nuestra empresa común, Papelera Española, aunque a nosotros nos denominaban Equipasa, cosas de los empresarios para hacer sus chanchullos.

De las chicas que acudían al relevo, todas de Utebo, una quedó en la mediana de la autovía, asada; cuando fueron a recogerla, se quedaban con su carne en las manos. (Doble desgracia en su familia; hacía poco su padre había muerto atropellado unos cientos de metros más arriba). No fue la única. Cinco más cayeron sino en el momento a los pocos días. Una, Maricarmen, novia del chispas, preguntaba que le había pasado. Murió. A las otras, personalmente las conocería de vista, nosotros hacíamos el mantenimiento de las máquinas e íbamos por la nave a reparar o curiosear. De todo un poco.

Cuando hicieron el funeral en la iglesia del pueblo, los ánimos estaban caldeados y el personal lanzando gritos contra los autores de la implantación del butano en aquella ubicación. Al llegar al ferrocarril, cuyas líneas atraviesan el pueblo y entonces con paso a nivel, los civiles quisieron partir la comitiva; el alcalde, con dos cojones, mandó a los guardias al cuartel: «aquí mando yo, y lo menos que se merece esta gente, es dejarla expresar su rabia».

Tras el entierro, quisimos visitar nuestras naves. Cualquiera se acercaba, los civiles, metralleta en mano, custodiaban la planta del butano. Hubiera sido una temeridad acercarse pues nos habrían limpiado sin ningún miramiento ni responsabilidad por su parte. Con posterioridad pudimos comprobar como a la pared de nuestra nave enfrente de la explosión, ésta le había hecho un boquete de más de diez metros de diámetro. Doble ladrillo que se fue al carajo así como el techo que salió volando todo por los aires. Un empleado de las eléctricas que estaba trabajando en aquel momento dentro de la nave nueva, tuvo la suerte de encontrarse dentro del lugar donde iría el transformador; sino, tampoco lo cuenta.

La planta tenía unos depósitos esféricos enormes y muchos más, alargados con forma de puro; si alguno de aquellos hubiera explotado y el aire hubiera sido favorable, nosotros no la habríamos contado y el pueblo habría desaparecido. El butano no explota todo a la vez: se va propagando llevado por el viento y detona según se va mezclando con el oxígeno del aire.

Otro hecho trágico acaeció durante mi estancia en la empresa. La nave donde se almacenaban las bobinas de papel y los desechos, la utilizábamos de paso al taller y la fábrica. Un día oí unos gemidos y me acerqué a ver: a un operario que estaba arreglando el techo de uralitas, le había cedido la cubierta al pisar y cayó al suelo de la nave sobre el papel desechado. ¡Madre mía! Del brazo derecho a la altura del codo, le salía un chorro de sangre: al caer, el brazo debió enganchársele en la uralita rota seccionándole la vena. Le faltaba un trozo de arteria y piel. No recuerdo como di la voz de alarma pero sí que cuando lo llevaban en brazos para conducirlo al hospital, yo aprisionaba su brazo y su vena para impedir que se desangrara. No volví a saber nada de él, pero confío en que se salvara. De no haberlo descubierto, hubiera muerto por la pérdida de sangre.

Hoy, nada recuerda en el lugar aquel luctuoso y trágico hecho. El suelo ha sido absorbido por la especulación urbanística y supermercados y adosados cubren de silencio un hecho que nunca debió producirse. La vida sigue.

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