Este ha debido ser un año magnífico para los rebollones por los que se han cogido en el pueblo y seguirán cogiendo si el tiempo se mantiene húmedo y sin heladas. Después de comer partimos a bordo de mi correcaminos. Si no lo veo, no lo creo. Magníficos ejemplares, sanos, grandes, sin gusanos. Ellos no los conocían pero la mujer en cuanto le enseñé uno, no necesitó aprender más. Y como donde hay uno suele haber más, no dejaba uno sin otear y marcar.
Llenamos la cesta que llevaba y como daba no se qué irse y dejar allí tan fascinantes ejemplares, todavía llenamos medio saco de malla que llevaba de reserva. Un tozolón cuan largo era, sin consecuencias afortunadamente, que sufrí debido a la maleza y la debilidad de mis piernas, me metieron el miedo en el cuerpo y retrocedimos sin buscar más. Mi santa, ella no vino, que es la alegría de la huerta, hubiera sido feliz si hubiéramos vuelto con el rabo entre las piernas. No he visto persona más gafe y ceniza en mi vida. Casi ni los probó. Los tuve que congelar y repartir. Todavía hoy, he comido de ellos.
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