Aquella noche, en el
pueblo no se escuchaba más que al silencio. De vez en cuando, la voz de un
perro asustado callaba a éste. El temor del can a la soledad, a la oscuridad de
la noche o quizá alguna raposa merodeando por las proximidades en busca de
restos de algún parto del ganado, provocaban sus ladridos. Los mozos, hacía
rato que habían dejado de entonar villancicos por las casas pidiendo el
aguinaldo. En la calle, una luna negra y un sol de medianoche en la fría
madrugada de enero custodiaban la nieve. El viento, para darle ánimos, ululaba
sus lamentos al tiempo que, incansable, trasladaba la nieve acumulándola en
ventisqueros. Una madrugada de perros para los Reyes Magos.