En
mi pueblo, nunca había habido ladrones (digo dragones ¿en qué estaría
pensando?). Eso sí, ogros, varios y alguno, causante de gran temor entre el
vecindario y sobre todo entre la chiquillería. Uno en concreto, tenía fama de
comerse a la gente cruda para desayunar, así que no era extraño ver huir a los
rapaces en cuanto barruntaban su presencia, a distancia prudente, por si acaso.
De este modo, había logrado que sus propiedades, las frutas y lechugas en el
caso de los críos, fueran intocables; ya se guardarían de acercarse a su huerto
como de mearse en la cama. Los pastores, se alejaban de sus sembrados no fuera
a estar por allí escondido escopeta en mano.