Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

miércoles, 9 de mayo de 2018

A MI MADRE, NIÑA


Este será el último post del blog a día de hoy.

He escuchado esta historia muchas veces a mi madre, pero no alcanzaba a comprenderla. El otro día, me senté a su lado y a base de preguntas, al final entendí lo que quería decir.

Cuando mi madre era niña, quizá menos de diez años —¿acaso os extraña? en aquél tiempo así funcionaba la sociedad—, la habían enviado a pastorear las ovejas al monte, por Zorrolabarga. Tenían allí una paridera donde por la noche dormían los animales.

Pongamos que a mediodía, se puso a comer la merienda que le habían puesto en el morral. Un abejorro atontao, pasó por allí y la asustó. Ni corta ni perezosa, llorando, encerró de nuevo a las ovejas y se volvió al pueblo.

A mitad de camino de casa, unos dos kilómetros, había una paridera, Las Madillas se llama el paraje, y en el tejado había un búho lanzando su característico canto. Uuuuuuuhhhhhhh

Lo que le faltaba. Temblando de miedo, llorando y aterrada por culpa del búho. Si antes corría, ahora volaba. En las afueras del pueblo, se refugió en unos chaparros que todavía existen y hasta que no se hizo la hora de volver a casa, aguantó estoicamente. Al fin pude comprender la historia del búho que la asustó en la paridera de Las Madillas.

Pero tuvo suerte de que nadie la viera. A mí, ella, me mandó una vez a coger rosa, cuando ya estaba hasta las tetas de azafrán, y me volví sin coger lo que había. A la tía María, madre de Eliseo, le faltó tiempo para decirle que tenía el zafrán azul. Chivata. Tuve que volver a coger las flores que antes había dejado allí.

PD.- Yo hice ese mismo camino, andando, y tan niño como ella y esa misma paridera, a pesar de estar alejada del camino, siempre me dio miedo.

Este es el post que cerrará el recopilatorio de entradas escogidas de mis blogs durante los doce últimos años. He querido que sea un recuerdo de mi madre.