Este
será el último post del blog a día de hoy.
He escuchado esta historia muchas
veces a mi madre, pero no alcanzaba a comprenderla. El otro día, me senté a su
lado y a base de preguntas, al final entendí lo que quería decir.
Cuando mi madre era niña, quizá menos
de diez años —¿acaso os extraña? en aquél tiempo así funcionaba la sociedad—,
la habían enviado a pastorear las ovejas al monte, por Zorrolabarga. Tenían
allí una paridera donde por la noche dormían los animales.
Pongamos que a mediodía, se puso a
comer la merienda que le habían puesto en el morral. Un abejorro atontao, pasó
por allí y la asustó. Ni corta ni perezosa, llorando, encerró de nuevo a las
ovejas y se volvió al pueblo.
A mitad de camino de casa, unos dos
kilómetros, había una paridera, Las Madillas se llama el paraje, y en el tejado
había un búho lanzando su característico canto. Uuuuuuuhhhhhhh
Lo que le faltaba. Temblando de miedo,
llorando y aterrada por culpa del búho. Si antes corría, ahora volaba. En las
afueras del pueblo, se refugió en unos chaparros que todavía existen y hasta que
no se hizo la hora de volver a casa, aguantó estoicamente. Al fin pude
comprender la historia del búho que la asustó en la paridera de Las Madillas.
Pero tuvo suerte de que nadie la
viera. A mí, ella, me mandó una vez a coger rosa, cuando ya estaba hasta las
tetas de azafrán, y me volví sin coger lo que había. A la tía María, madre de
Eliseo, le faltó tiempo para decirle que tenía el zafrán azul. Chivata. Tuve
que volver a coger las flores que antes había dejado allí.
PD.- Yo hice ese mismo camino, andando, y tan niño como ella y esa misma paridera, a pesar de estar alejada del camino, siempre me dio miedo.
PD.- Yo hice ese mismo camino, andando, y tan niño como ella y esa misma paridera, a pesar de estar alejada del camino, siempre me dio miedo.
Este es el post que cerrará el recopilatorio de entradas escogidas de mis blogs durante los doce últimos años. He querido que sea un recuerdo de mi madre.