Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

domingo, 7 de octubre de 2018

EL CAMPOSANTO


Érase una vez un abuelico que tenía una finca de melocotoneros orilla de un camino muy transitado por los habitantes, no solo de su pueblo, sino también de los de la comarca. Todo el mundo era feliz hasta que al abuelico se le hincharon las narices, pues en definitiva, quien menos melocotones recolectaba era él.