Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

MUNDO AMARGO. Lit.

Raimundo Amargo, según el razonamiento comúnmente extendido, estaba en las antípodas de su pollino Canelo: “ningún burro tropieza dos veces en la misma piedra”. Si el pollino hubiera tenido capacidad de reírse, se hubiera descojonado de él un día sí y otro también. (Aunque pese a sus pocas luces, Raimundo había tenido la sospecha de que en alguna ocasión, cuando elevando la cabeza y enseñando los dientes Canelo rebuznaba, más parecía que de él se cachondeaba). Siempre con humor algún vecino planteaba que, con el rebuzno, el pollino la hora pregonaba. «Las once», advertía burlón.