Raimundo Amargo, según el razonamiento comúnmente extendido, estaba en las antípodas
de su pollino Canelo: “ningún burro
tropieza dos veces en la misma piedra”. Si el pollino hubiera tenido capacidad
de reírse, se hubiera descojonado de él un día sí y otro también. (Aunque pese
a sus pocas luces, Raimundo había tenido la sospecha de que en alguna ocasión,
cuando elevando la cabeza y enseñando los dientes Canelo rebuznaba, más parecía
que de él se cachondeaba). Siempre con humor algún vecino planteaba que, con el
rebuzno, el pollino la hora pregonaba. «Las once», advertía burlón.