Lo peor es cuando una densa niebla, de las que hielan hasta el aliento, cubre con su manto lo visible y lo invisible. Ni el radar se siente capaz de guiarte.
He pasado nocheviejas horribles, infelices, borrascosas, pero este año pasado me dejó, además, problemas físicos reminiscencias ocultas de una enfermedad infantil. Al final acabaré odiando las navidades.
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