Así me ocurre que, para mi particular desaliento y frustración, cuando leo los relatos ganadores, sufro una desilusión con su correspondiente trauma literario. ¿Cómo es posible que “este engendro” se haya llevado el primer premio? ¿Qué le han visto? Admito que el mío puede ser mucho peor, pero al menos intento decir algo, crear una situación plausible y no volutas de humo.
Si alguien pone su vista sobre este
panfleto, sepa que nada es verdad y nada es mentira, todo es según el color del
cristal con que se mira. Que no me gusten los relatos ganadores nada tiene que
ver con la envidia o el rencor, nada de eso. A mí, me gusta o no un relato o un
libro; si además es de un contrincante al que nada debo, si hay que
crucificarlo, pues se le crucifica, por invasor.
Por ejemplo, si desde santo Domingo de
la Calzada convocan un concurso literario que lleva por nombre los escalones de
su torre, te esfuerzas en, dentro de las limitaciones de palabras que
normalmente suele llevar este tipo de convocatorias, hilvanar un microrrelato ciñéndote
a lo estipulado. Cuando te enteras que ha ganado uno que pasaba por allí
vendiendo uvas, el cabreo es mayúsculo y te juramentas que para la próxima llamada va a escribir su …. señora madre.
Y esto no es flor de un día o que me
pase a mí que soy un mindundi en esto de la escritura, ya que lo hago por
diversión y para matar el rato (no a Rato, aunque quizá se mereciera un buen
susto). Ya entre los escritores del Siglo de Oro español ocurrían similares
desencuentros.
La sátira y el malquerer del señor
Quevedo sobre el señor Góngora —y viceversa— tuvo su mejor exponente en aquella
que dice: «Era un hombre a una nariz pegado», no siendo menores los ataques
gongorinos sobre don Francisco.
No fue menor el amor que se dispensaron
Miguel de Cervantes y Lope de Vega. Y si indagamos, encontramos que siempre,
tanto en España como en el extranjero y en las diversas épocas, han existido
rivalidades y odios viscerales entre la gente de la pluma (por esa causa, entre
ellos, también). Tampoco voy a hacer aquí un registro de injuriantes
recíprocos; baste decir que Vargas Llosa y García Márquez, otrora grandes
amigos, acabaron como el rosario de la aurora tras un puñetazo que el primero
dedicó al segundo, en México. Aunque aquí al parecer, hubo algo más que celos
literarios.
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