Llevaba tiempo planeando que debería
tomar unas vacaciones pero no acababa de decidirse. ¿A los países orientales,
últimamente tan de moda? ¿A la Ribera Maya o a la República Dominicana? ¿Por
qué no a Canarias, que está más cerca y no es necesario salir de España? Había
recogido folletos de varias agencias de viajes pero no acababa de elegir un
destino.
Luego estaba la dirección del negocio ¿serían capaces los operarios de gestionarlo por sí mismos? Cierto que Vicente, el encargado, llevaba años trabajando y conocía todas las triquiñuelas del mismo mejor que él, y además, trataba directamente con los proveedores con lo cual, nadie le echaría en falta. Más que necesitarlo a él el negocio, era al contrario, se creía don preciso, olvidando que éste, hacía años que había muerto.
Luego estaba la dirección del negocio ¿serían capaces los operarios de gestionarlo por sí mismos? Cierto que Vicente, el encargado, llevaba años trabajando y conocía todas las triquiñuelas del mismo mejor que él, y además, trataba directamente con los proveedores con lo cual, nadie le echaría en falta. Más que necesitarlo a él el negocio, era al contrario, se creía don preciso, olvidando que éste, hacía años que había muerto.
Así que esa tarde noche, agarró al toro
por los cuernos y volvió a repasar por enésima vez los folletos. Como iría
solo, mejor elegir un país donde no tuviera problemas de idioma. ¿Solo? una
idea descabellada rondó su cabeza ¿Y sí ..? No, no, faltaría más, pero hay
gente que lo hace y yo no tengo ninguna obligación con nadie. Bah, te estás
volviendo majara Aniceto, a quién se le ocurre, si tu madre se entera te niega
el saludo. Bueno, quizá una vez en el destinooo. Decidido a tomar una decisión,
se fue a la cama más que satisfecho.
Iría a Cuba, sobre todo por llevarle la
contraria al trompas americano. Quince días inolvidables recorriendo la isla y
fumando puros. De los de Isidoro, con vitola de oro. A los dos meses de la
vuelta, recibió un telegrama: «Tienes que volver, estoy embarazada de
mellizos».
El teléfono insistente lo despertó.
Estaba a punto de sufrir un colapso mental, corporal o de lo que fuera.
—Oiga, ¿pero viene o qué? Llevo una hora
esperándole en el aeropuerto y hay que embarcar en media hora.
—Lo siento señorita, haga usted el viaje
sola, o cancele el vuelo; no me encuentro bien. Si es necesario la indemnizaré.
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