Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 8 de junio de 2019

MI PUEBLO, MI BARRIO.


Son las once y media de la noche. Salgo a dar una vuelta con mi perrita Laika para que haga sus cosas antes de irnos a la cama. El silencio campa a sus anchas. Las estrellas son dueñas absolutas de un cielo negro y despejado.  Puedo ver la Osa Mayor (El Carro), las Tres Marías, Las Cabrillas, la constelación de Escorpión, la Osa Menor y aguzando la vista, la Estrella Polar, como precipitándose hacia el horizonte. Cruzando el cielo de Este-Oeste, escorada hacia el Sur, la Vía Láctea. Y miles y miles de estrellas titilantes que nos hacen recordar que no somos nada, a pesar de creernos el ombligo del Universo. Alguna estrella fugaz, por algo tienen ese nombre, no me da tiempo a formular un deseo según reza la fantasía.

«Mi calle tiene un oscuro bar, húmedas paredes…» cantaba Lone Star. En mi juventud había tres bares en el pueblo; hace años han desaparecido, los bares y los dueños. No necesito hacer recuento de las casas habitadas del barrio bajo, porque lo sé de sobra. Ninguna. La mía y solo por unos días. Durante el año, solamente vive un matrimonio en una casa a la entrada del pueblo; eso equivale a decir que excepto en agosto, carecen de compañía y auxilio de necesitarlo. Podría enumerar quienes fueron sus ausentes moradores. El tío Mariano, Marianete, cartero que todos los días con buen o mal tiempo, mochila al hombro realizaba un paseo de cuatro kilómetros de ida más la vuelta, en busca de la correspondencia; el mismo que cuando realizaban una cacería y luego las mujeres guisaban una cena para todos, decía a su hija mayor: «Angeles, saca los muchachos a la calle que vamos a comer». El tío Manuel, el tío Chepau, (aunque yo nunca le vi la chepa), que buscó novia en otro municipio y el día de su boda se volvió al pueblo solo ante la negativa de su mujer a acompañarlo y quedó “viudo” de por vida. El tío Cardador, Félix, que contaba que una vez había ido a cardar lana a un pueblo y como el vinico era bueno, la faena se demoraba; hasta que los dueños se dieron cuenta del percal y “bautizaron” al vino: « …. las señales de agua son, hay que terminar la lana, antes que se ponga el sol». Aquilino, mozo viejo a su pesar, al que la redondica se le atravesaba y que nos enseñaba cuales eran los mandamientos del carrilaire: «Ir a cagar tres veces con gana, tres sin gana y otras tres, porque le da a uno la gana»; él trabajaba en mantenimiento de la vía del tren minero, tenía todo el campo de urinario. Y tantos otros con su bagaje a cuestas. Unos, quienes las moraban en mi niñez y juventud, ya no volverán; sus descendientes, en parte tampoco, y de los que quedan, a lo sumo, acudirá alguno cuando apriete la canícula y en las ciudades haya éxodo hacia el campo.


Salir fuera de casa a horas intempestivas da canguelo, encoje el espíritu. Y menos mal que ahora las calles están iluminadas sin dejar un rincón a oscuras. Porque te asomas a las callejas de entrada, oscuras como la boca del lobo, y los pelos del cogote se te ponen como escarpias. Cuando yo era niño, de noche no se veía a un palmo de las narices. Una anochecida se pegó fuego un pajar y con las prisas, mi madre y uno de los dueños chocaron en mitad de la calle. Y no digo nada cuando en Semana Santa había que ir con carraclas y matracas a dar la vuelta al pueblo avisando del inicio de los oficios religiosos. La misma iglesia, acojonaba con la iluminación de las velas.


Cuando el abuelo Manuel murió, yo tenía once años y si me enviaban a comprar algo a casa del tío Paquito, me entraba el pánico pues había de pasar por la puerta de la casa, ya deshabitada, del abuelo (nací en ella) y además, el antiguo cementerio “viejo”, anexo a la iglesia, para darme ánimos. A veces daba la vuelta por otra calle, más recorrido, para no pasar por allí. Hoy la iluminación ha eliminado las zonas oscuras y paseo por delante a altas horas y sin ningún temor. Debe ser la edad.


Sí, los pueblos de la España vaciada, se han quedado vacíos aunque resulte una obviedad redundante. Antes éramos más pobres y vivíamos de forma diferente, no sé si mejor o peor que ahora que tenemos más medios, pero en los pueblos, en sus barrios, había vida, había chicos de todas las edades. Teníamos infinidad de juegos y entretenimientos. Hoy, ya somos abuelos e incluso algunos emprendieron hace tiempo el viaje final. Nuestros nietos, solo vuelven algunos días del mes de agosto, para las fiestas. Y con unas aficiones e intereses totalmente ajenos a los nuestros a su edad. Van en bandadas, como antes los gorriones en busca de las espigas maduras del trigo; en bicicleta y con toda suerte de chismes electrónicos; abandonan las bicis donde primero les pilla y copan la calle frente a casa pues allí hay una señal de wifi para la visita semanal del médico en el ambulatorio. Cuando se cansan, levantan el vuelo en busca de un nuevo divertimento.


Las tardes las amenizan los aviones del puente aéreo Barcelona-Madrid que pasan por encima; cada cinco minutos pasa uno o dos a la vez, parece el área de aproximación del aeropuerto de Barajas. Actualmente nos encontramos con un espinoso dilema: Gastar sumas de dinero escandalosas en conservar edificios o dependencias que no usamos, y que no valen el dineral que nos piden por su reforma o mantenimiento, o dejarlas hundir. Antes o después, tal evento, sucederá.
Esta noche al volver del paseo nocturno con Laika, he visto a Júpiter por encima del tejado. Brillante, grande, reivindicando la primacía planetaria en este cielo de finales de primavera. El mismo que cuando era niño veía aparecer al anochecer por encima de Las Canteras. El mismo que cuando esto sea un erial, va camino de serlo, seguirá apareciendo al anochecer por encima de Las Canteras.

No deja de ser curioso que todos los brillos refulgentes de luces de estrellas, excepto el sol y los planetas del sistema solar, se hayan producido hace años. La estrella más cercana a la Tierra, está a ocho o diez años años luz de nuestro planeta. Eso significa que si a esa luz le cuesta venir diez años, estamos viendo un reflejo con ese retardo. E incluso es posible que muchas de las lucecitas que observamos, ya no existan. Según los científicos astrónomos, captaron hace poco el brillo de una galaxia que procedía, en el tiempo, de antes de existir el hombre sobre la tierra. ¿Acojonante, no? 






2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado.

Amilcar Barça dijo...

Gracias, ignoto lector