Las mismas sorpresas
terroríficas podían encontrar los niños de Monstruos S.A., cuando los grotescos
animales atravesaban las puertas de los
armarios de sus habitaciones con el fin de lograr, fruto
de sus gritos de pánico, proporcionar energía al submundo de donde provenían.
La historia resulta divertida cuando una niña traviesa, atraviesa la puerta
maldita.
No tan divertido resulta
cuando vas a buscar al armario un traje del año la pera y que por necesidad
urgente necesitas usar. Si el alcanfor no había surtido efecto o se había
olvidado, el desastre estaba servido; las polillas lo habían dejado hecho un
colador. El armario fue su tumba.
No tuvo ese final “feliz” el
traje que, cuando yo tenía 12 o 13 años, mi madre me hizo confeccionar a
medida. Un sastre de Villafranca realizó el encargo y tuve la oportunidad de
usarlo ¡¡una vez!! el día de san Blas, para las fiestas. Nunca más lo volví a
llevar o usar. Para no faltar a la verdad, intenté ponérmelo para ir a las
fiestas de Ródenas, y en cuanto me vio con él, hizo que me lo quitara. Nunca
más tuvo oportunidad de salir del armario. Mi crecimiento, dio al traste con sus
ansias de salir del mismo.
El armario de los pecados,
cuyas aventuras fueron relatadas en un aparte e incluidas en uno de mis libros
autoeditados en Amazon, es el paradigma de los secretos guardados en su
interior. De él, nunca salió nada, excepto la penitencia para los pecadores y
el confesor aburrido o entonado, según las historias que le hubieran relatado. Como vamos hacia el invierno y hace mucho frío, me quedaré un poco más dentro de él. Al fin y al cabo ¿A quién le importa?
Otro día continuamos.
Y si suena, sueña
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